La docencia es un estado
Un estudiante y un maestro: ‐ ‐ ‐ ¿Maestro, cómo puedo saber lo que me interesa aprender? Confía en mí, escuchó el estudiante. ¿Cómo sé que puedo confiar en usted? ¿Qué debería contestar el maestro? ¿Qué aspectos consideraría para argumentar su respuesta? El maestro no contestó directamente. Buscó un referente profesional, una experiencia ajena, propició su exposición y dejó la respuesta al estudiante. Hoy, ese estudiante es maestro. La motivación, ese motor personal, depende de estímulos. A veces esos estímulos se encuentran intuitivamente, otras es necesario buscarlos. ¿Dónde se buscan, cómo? Suele ser necesario saber ver, una habilidad que se fomenta desde la oportunidad. Ante los dogmas cabe el espíritu crítico, aun sin experiencia. La simple actitud de cuestionar es en sí misma un estímulo. Pero la habilidad no se obtiene con “porqués”; son los “por qué no”, los que desvelan una nueva actitud, complementaria: el espíritu creativo. Indagando en el ámbito universitario acerca de si los profesores se consideraban creativos, el 66,5% respondió afirmativamente. La percepción de sus estudiantes reducía ese porcentaje al 8,72%. El argumento mayoritario que sustentaba este último dato era que casi todos los profesores hacían lo mismo: presentan la asignatura, exponen la materia, plantean ejercicios, examinan y califican. Más allá de la conveniencia o no de alterar el estado de las cosas, cabe preguntarse si la sociedad necesita espíritu crítico y/o espíritu creativo. La conjunción, obvia respuesta, tal vez sea sin embargo el mirlo blanco, esa rara avis cuya presencia es tan rala como en la docencia la reflexión. La vorágine que acompaña el comienzo del curso da paso a una ansiada rutina que nos instala a velocidad de crucero en la comodidad de lo previsible. La percha, incluso maniquí, que nos ...
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