la doncella
Durante la guerra de los Cien Años, la hija de un jefe de clan
escocés y un humilde herrero sienten un amor que los dos creen
imposible.
Eva MacArthur es la protectora de Innisfarna, isla mágica según
una leyenda. Y ahora su tierra y su familia están en peligro de
desaparecer bajo las garras de su prometido, un terrateniente ávido de
poder vinculado al rey inglés. Desesperada por noperder lo que es
suyo, Eva recurre a Lachlann MacKerron, el único hombre a quien ha
amado, aunque descubre con horror que las heridas que ha sufrido
mientras luchaba en Francia le impiden forjar sus legendarias espadas
mágicas
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Prólogo
Eisg, o eisg!
(¡Escucha, oh, escucha!)
Grito de guerra de los MacArthurArgyll, Escocia, verano de 1418
—Quedaos quietos y callados y oiréis una historia antiquísima, del tiempo de las
nieblas, cuando a la orilla de nuestro hermoso lago vivía un príncipe —dijo Alpin, el
barquero, a los niños congregados en círculo a sus pies en su acogedora casa de piedra.
Inclinándose un poco, empezó la historia con su voz retumbante y profunda.
Eva MacArthur se revolvió inquieta allado de su prima Margaret, que jamás se
inquietaba, y miró al barquero. Alpin MacDewar, anciano primo de su madre, de cara
bondadosa aunque de facciones toscas, no era narrador de profesión, pero los niños, es
decir ella, sus hermanos, sus primos y amigos, solían pedirle que les contara historias en
las tardes lluviosas.
Alpin había sido un fiero guerrero en su juventud, y ella deseabaescuchar una
historia de esas aventuras, no la de su isla Innisfarna, la que ya había oído incontables
veces y no estaba con ánimos de volver a escuchar. La leyenda le traía el doloroso
recuerdo de su amadísima madre, que a su muerte, recién hacía un año, le dejara la isla
y su castillo.
—Este príncipe era el menor de los hijos del rey, un valeroso guerrero experto en las
armas, pero deseoso de paz—continuó Alpin.
Eva suspiró y apoyó el mentón en sus rodillas levantadas. Muy bien, entonces tendría
que ser la historia del príncipe, la princesa hada y la espada. Sería maleducado protestar,
de modo que cerró los ojos para escuchar la voz retumbante del barquero.
—Su pueblo guerreaba desde hacía mucho tiempo con los elfos belicosos que
moraban en las montañas y lagos, esos serespoderosos, mágicos y bellos, tan altos y
fuertes como la mayoría de los seres humanos. El príncipe deseaba poner fin a los
problemas. Se decía que nunca habría paz ni abundancia para la gente mientras no se
llegara a un convenio con los elfos. Pero al parecer nadie sabía qué tipo de acuerdo se
podía hacer.
»Así pues, el príncipe partió en busca de una solución a los problemas. Era fuerte y
apuesto, ytrataba con cortesía y amabilidad a todas las personas con que se encontraba,
pero cuando preguntaba qué podía hacer para poner fin a la guerra, todos se encogían de
hombros, uno tras otro.
Eva abrió los ojos y miró alrededor; más allá de la rubia y serena perfección de
Margaret, estaban las cabezas de brillantes cabellos castaños de sus hermanos: Simón,
que todavía tenía una ramita prendidaen el pelo por la lucha de esa mañana, y Donal,
más compuesto, por ser el heredero del jefe MacArthur, hasta que vio que ella lo estaba
mirando y le sacó la lengua.
Ella no le hizo caso y miró al niño que estaba al lado de Donal. Lachlann
MacKerron, el hijo adoptivo del herrero, adoptado a la muerte de sus padres siendo aún
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3un bebé, era mayor que sus hermanos. Era alto, de cabellos negros y tenía unos
músculos como los de un hombre, por trabajar en la herrería, aunque todavía no se le
había enronquecido la voz y en sus mejillas aún no crecía barba.
Siempre que oía la leyenda de su isla, ella se imaginaba que el príncipe era Lachlann.
Sabía que el hijo de un herrero no podía ser hijo de rey, pero Lachlann...
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