La educación es un espacio más de conflicto social. Lo ha sido y lo seguirá siendo. La escuela no puede ser vista como un mero lugar de encuentro entre actores individuales. Unos que buscan formación y otros que se han preparado para ofrecer conocimientos y pautas de aprendizaje. La escuela es también un espacio social y político. La sociedad pide que la escuela sea capaz de ir modificando suspautas de funcionamento para adaptarse a los cambios productivos o familiares, y las instituciones públicas definen sus políticas educativas en relación con estas demandas y atendiendo, con más o menos rigor, las voces del sector educativo. De la relativa sintonía entre este conjunto de variables, acabará dependiendo que la escuela cumpla mejor o peor lo que la sociedad espera, y que susprofesionales se sientan mejor o peor reconocidos y "retribuidos" por su labor. No estamos en un momento de pax educativa ni pienso que lo estemos en los próximos años. Estoy seguro de que mi buen amigo Fabricio Caivano, tras su larga experiencia en uno de los mejores observatorios de la política educativa y de la labor de sus profesionales como fue y sigue siendo Cuadernos de Pedagogía, es consciente deello, a pesar de que postule en su artículo (del 1 de septiembre) un "armisticio total" .Hoy empieza un nuevo curso. Volveremos a hablar de barracones, de falta de plazas en preescolar o de recursos para atender adecuadamente la buena noticia de que llegan nuevas remesas de niños y niñas procedentes de la inmigración a nuestras escuelas. Pero, al margen de todo ello, lo cierto es que, como diceCaivano en su artículo, "los sistemas educativos están sumidos en una crisis profunda y compleja". La inmensa mayoría de parámetros que sirvieron para construir esos sistemas hace 40 o 50 años han saltado por los aires. Está claro que ni el sistema productivo, ni la estructura social, ni la familia tienen nada que ver con lo que eran hace tan sólo unas décadas.Este conjunto de cambios no operan demanera "neutral". En medio encontramos competencia de intereses, valores contrastados y relaciones de poder que aceptan de mejor o peor grado las consecuencias de todo ello. A nadie se le puede escapar que por mucho que prediquemos paz y consenso, en el momento de decidir cómo financiamos el sistema, cómo evaluamos conocimientos, cómo fijamos los currículos, cómo gestionamos las escuelas, cómoseleccionamos qué alumnos para qué estudios y en qué escuelas, o cómo formamos y seleccionamos a los maestros, no será fácil evitar el conflicto. Y ello no es nuevo. La enseñanza ha estado siempre en un espacio de selección y de socialización. Decidir quién va a la escuela y en qué condiciones han sido temas conectados siempre con los debates de la justicia social y de la lucha por conseguir determinadoestatus o mantener el que se tiene. Y al lado de la tradición meritocrática, vuelve a florecer la idea de que las familias pueden "comprarse" en el mercado educativo el acceso de sus hijos e hijas a buenos ingresos y a un cierto estatus o lugar de residencia. Es así como, en los últimos años, observamos un nuevo eje de conflicto derivado de la creciente voluntad defensiva de un importante sectorde clases medias urbanas, atemorizadas por factores de inestabilidad e incertidumbre, entre los que la inmigración es un aspecto más. Tensión que acaba en presión para escoger escuela o defenderla de las posibles "contaminaciones" derivadas de recién llegados o de sectores sociales considerados "poco convenientes".Así, junto al clásico debate de la igualdad nos ha aparecido la nueva perspectiva dela diferencia. La cultura dominante no es neutral tampoco desde el punto de vista de género, de raza o de creencias. Y en la ofensiva religiosa del PP tenemos un reciente ejemplo, criticado incluso desde las filas de los jesuitas. No existe sólo opresión derivada de una estructura de oportunidades vitales desigual, sino que esa opresión puede también detectarse en la cultura del día a día,...
Leer documento completo
Regístrate para leer el documento completo.