LA EDUCACIÓN Y LA SOCIEDAD

Durante el Curso de Rectores que el CONSUDEC organizó en Salta en febrero de 2010, Ricardo Moscato nos iluminó, como es habitual, con sus ideas sobre los desafíos de la educación secundaria. En esa oportunidad, presentó una distinción que me resultó muy sugerente: cuando educamos, ¿buscamos frutos o resultados? Al regresar a Buenos Aires, comenté este aporte con el querido profesor Alfredo vanGelderen, con quien en ese tiempo (¡experiencia imborrable!) trabajaba cotidianamente en la UCA por su función como Vicedecano de la Facultad de Psicología y Educación. A los pocos días, como efecto no casual de su permanente búsqueda y curiosidad, encontró en un texto del entonces cardenal Jorge Bergoglio titulado Educar, elegir la vida (Claretiana, Buenos Aires, 2005) una explicación muy valiosasobre esta distinción.
Debo decir que la distinción entre fruto y resultado educativo, aprendida de estas fuentes, es vital -a mi modo de ver- para comprender no sólo los desafíos de la educación sino particularmente los de la política educativa, o sea, los de las relaciones educativas entre Estado, sociedad civil y persona. Desde ese momento, esa distinción se engarzó en mis clases y escritosporque se enhebró perfectamente y me permitió expresar algo que es vital para comprender el abismo y a la vez el desafío de la política educativa contemporánea: superar una visión extrínseca, formalista, funcionalista -entre otros reduccionismos- a favor de una perspectiva que permita diseñar una nueva política educativa integral, humanista y participativa. Esta mirada para mí, surgiría de comprenderque también en la política educativa (no sólo en la educación interpersonal) lo que tenemos que buscar son frutos más que resultados.
Pero primero, de la mano del hoy papa Francisco, buceemos en la distinción establecida. Bergoglio desarrolla estas ideas en el Capítulo 2 “Con audacia, entre todos, un País Educativo”. En primer lugar, señala que nuestra tarea tiene una finalidad: “provocar algoen los alumnos que nos han confiado; provocar un cambio, un crecimiento en sabiduría”. La transformación que deseamos podemos identificarla, según el autor, con dos dimensiones “«producir resultados» y «dar frutos»” (pp. 87-88). A partir de aquí, Bergoglio desarrolla primero qué comprende por este “dar frutos”. Esta imagen tomada de la agricultura se vincula al mundo de los vivientes y también a lanoción de engendrar, “dar vida a un nuevo ser”. Se apunta así a un “proceso interior en los sujetos” de tal forma que el fruto se conforma a partir de la “identidad del viviente”, proviene de sus fuerzas (aunque agregaría que en relación siempre con el medio), y es algo “único, sorprendente, original”. El que da frutos ha madurado su “creatividad” en un proceso de “libertad, gestando algo nuevo apartir de la verdad recibida, aceptada y asimilada”. Así el maestro que espera frutos de sus estudiantes o discípulos no descarta lo diferente ni busca la sobreadaptación, no pretende imponer sino animar a la crítica responsable y sabrá trabajar con el error (pp. 88-90).
Por otra parte, la “metáfora de la «producción de resultados» proviene del ámbito industrial y de la “eficacia seriada ycalculable”. El resultado se puede “prever, planificar y medir”; implica “un control sobre los pasos” y un “set de acciones que tendrán un efecto previsible”. Según Bergoglio, una sociedad que quiere convertir a los seres humanos en marionetas “de la producción y del consumo siempre opta por los resultados”. Plantea sólo el control, elude la novedad y evita aumentar el conflicto. “Prefiere que el otrosea completamente previsible a fin de adquirir el máximo de provecho con el mínimo de gasto” (p. 90).
El autor presenta a continuación el momento de síntesis. Para Bergoglio, la sabiduría no sólo implica la maduración de “contenidos y valores, sino también de las habilidades”. Una transformación verdadera “en orden a otro mundo posible” requiere también el “saber hacer”, la “competencia...