la escuela
Text copyright © Neil Gaiman 2008
Ilustrations copyright © Chris Riddell 2008
Primera edición: octubre de 2009
© de la traducción: Mónica Faerna
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Vibran sus huesos
sobre el empedrado.
Sólo es un desharrapado
que se ha quedado sin dueño.
Letrilla popular infantil
Capítulo 1
De cómo Nadie llegó al cementerio
abía una mano en la oscuridad, y esa mano sostenía un puñal, cuyo mango era de brillante hueso negro, y la hoja, más afilada yprecisa que una
navaja de afeitar. Si te cortara, lo más probable es que ni
te enteraras, o al menos no lo notarías de inmediato.
El puñal prácticamente había terminado lo que debía
hacer en aquella casa, y tanto la hoja como el mango estaban empapados.
La puerta de la casa seguía abierta, aunque sólo un
resquicio por el que se habían deslizado el arma y el
hombre que la empuñaba, y por él secolaban ahora jirones de niebla nocturna que se trenzaban en el aire formando suaves volutas.
El hombre Jack se detuvo en el rellano de la escalera.
Con la mano izquierda, sacó un enorme pañuelo blanco
del bolsillo de su abrigo negro, y limpió el puñal y el guante que le cubría la mano con la que lo había empuñado;
después, lo guardó de nuevo. La cacería casi había terminado ya. Había dejadoa la mujer en su cama, al hombre en
el suelo del dormitorio y a la hija mayor en su habitación,
rodeada de juguetes y de maquetas a medio terminar. Sólo
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le quedaba ocuparse del más pequeño, un bebé que apenas
sabía andar. Uno más, y habría acabado su tarea.
Abrió y cerró la mano varias veces para desentumecerla. El hombre Jack era, por encima de todo, unprofesional, o al menos eso creía, y no se permitiría sonreír
hasta que hubiera concluido su trabajo.
Aquel individuo, de cabellos y ojos oscuros, llevaba
unos guantes negros de piel de cordero muy fina.
La habitación del bebé se hallaba en el último piso. El
hombre Jack siguió subiendo por la escalera; la moqueta
silenciaba sus pasos. Al llegar arriba del todo, abrió la
puerta de la buhardillay entró. Calzaba unos zapatos de
piel negra tan afanosamente lustrados que parecían dos
espejos negros, de modo que la luna creciente se reflejaba en ellos, como una miniatura.
Tras el cristal de la ventana, se veía la luna real, aunque no lucía demasiado, pues la niebla difuminaba su
resplandor. Pero el hombre Jack no necesitaba mucha luz;
le bastaba con la luz de la luna.
Le pareciódistinguir la silueta de un niño en la cuna:
cabeza, extremidades y torso.
La camita disponía de una barandilla alta, para evitar
que el bebé pudiera salir solo. El hombre se inclinó sobre
ella, alzó la mano derecha, la que empuñaba el arma, se
dispuso a apuñalarlo en el pecho...
... pero bajó la mano. La silueta que había visto era la
de un osito de peluche. Allí no había ningún niño.
Los ojosde Jack se habían acostumbrado a la tenue
luz de la luna, así que no quiso encender ninguna lámpara. Al fin y al cabo la luz no era imprescindible; él tenía
sus propios recursos.
Olfateó el aire. Ignoró los olores que él mismo había
llevado a la habitación, desechó los que no le interesaban
y se concentró en el olor de su presa. Olía al niño: un leve
el libro del cementerio
aroma...
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