La espada dormida
Un estado de alarma ante el misterio, un agudo
sentido de la realidad de lo invisible y, si se quiere, la
íntima certeza de que todo enigma es sólo una
provocación de la verdad, pudorosa o tiránica, que
quiere probar largamente nuestra voluntad de
sacrificio antes de entregarnos sus revelaciones,
animan la vida de los místicos y la de los detectives. A
veces hasta susprocedimientos se confunden, lo que
es una prueba de sus afinidades. La historia está llena
de místicos con alma de sabuesos, de hombres que
olfateaban la eternidad y buscaban las huellas
digitales del Señor en los picaportes o en el cristal de
las ventanas; a la inversa, tampoco puede negarse la
existencia de detectives dueños de revelaciones
sobrenaturales, en cuyos éxtasis policíacosaparece en
forma concreta el proceso de un crimen, con detalles
y evidencias que serán luego desarrollados a priori,
hasta llegar a una verdad idéntica a la revelada. Claro
es que todo eso no autoriza a conceder crédito al
primer investigador aficionado que ponga los ojos en
blanco y hable con unción de las latitudes del
misterio, o pretenda ordenar sólo intuitivamente un
rompecabezas delgénero policial. Es conveniente
desconfiar de la cultura metafísica de esos
pesquisantes.
Pero la mística del delito ofrece a veces casos
concretos. Voy a referirme aquí a uno de ellos. Una
intención criminal fue transmitida en forma invisible,
casi como una revelación colectiva. Tres hombres, el
criminal, la víctima y el investigador, concibieron un
crimen en forma simultánea, especulando sobresus
consecuencias y obrando en forma sistemática.
Con tanto misterio compartido casi pudieron fundar
una religión, pero fueron modestos y se limitaron a
escribir dos cartas. La primera, aunque firmada por la
presunta víctima, contó en realidad con la
colaboración del proyectista del crimen, pues allí
aparecen sus intenciones. La segunda es obra de
detectives, y fue entregada al correo,con la solución,
el día antes del suceso. Reservaré, por supuesto la
forma en que llegaron a mi poder y me limitaré a
transcribirlas, colaborando al final con unos breves
párrafos necesarios al relato.
“Señor L. Vane.
Addington House, Londres.
Querido amigo:
La lectura de su último libro me ha recordado los
tiempos de la universidad, cuando usted no soñaba
probablemente con llegar aescritor, ni mucho menos
yo a lector habitual de sus obras.
Paseaba al azar hace días buscando algún libro
interesante cuando una vidriera atrajo mi atención. Vi
su nombre y un título: “El alfanje de plata. Aunque las
historias de misterio no son de mi predilección, he
seguido con interés el argumento de su novela, sin
negarme al fuerte influjo de esa atmósfera que usted
logra alrededor de unnudo que me parece simple,
pero efectivo. La historia del collar, la garganta sedosa
de la mujer estrangulada, la fría luz nocturna en el
jardín, me apasionaron vivamente. El título me parece
bueno, pero debo confesarle que no me di cuenta,
hasta el final, que se refería a la luna.
Aunque hace cinco años que dejamos la universidad,
he conservado más interés, más viviente curiosidad,
portodo lo que concierne a mis antiguos compañeros
que por las nuevas gentes que he conocido. Se me ha
pasado el tiempo en un soplo, como cuando la
soledad nos invita a pensar en el pasado y en el
futuro, en muchos casos, o cuando una mujer nos
impide pensar en nada. A veces, por contraste, me
asalta la idea de que el tiempo no ha pasado de modo
alguno y que, doblando la esquina, puedo encontrara
usted y pasear de nuevo por las orillas del Ysis, y
saludar de nuevo a Miss Cynthia o a Miss Ellen.
Ya veo que está usted arqueando las cejas y
mascullando un “hum…” dubitativo. —Es que le
extraña mi estilo sentimental, sabiendo que está muy
lejos de mi costumbre. Sin embargo, me han ocurrido
en los últimos tres meses cosas tan extrañas, me
encuentro rodeado de una atmósfera tan...
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