La estancia, cola blanca y yo
Páginas: 3 (639 palabras)
Publicado: 11 de junio de 2011
CUENTO: LA ESTANCIA, COLA BLANCA Y YO
Autor: Ángela Reyes
Recorriendo las travesías de la vida, que me llevaron por las efímeras horas de largos caminos, por escabrosos y abruptossenderos, desafiando peligros al filo del precipicio; en una tarde de estío, la nostalgia invadió mi ser, entonces miré atrás, oteando a través de los bifurcados caminos, aquel que me llevaría de regresoa la casa solariega, si, mi querida estancia, oculta en el inmenso follaje del bosque, donde sabía que dos ángeles de blancos cabellos y brillantes luceros, esperaban con ansia mi regreso.Presurosa, tomé mi equipaje y el camino de retorno emprendí, más, al acercarme, vislumbre la casita de teja a la rivera de aquella fuente de aguas cristalinas, que en mi niñez, fue remanso de frescura enlos ardientes días de verano.
Mientras le ganaba distancia al camino cubierto de guijarros, mi alma se estremecía, y, ya no podía controlar a mi inquieto corazón, sus latidos me sofocaban, en tantoque el silencio se hacía más profundo.
Si, ese silencio que laceraba mi alma, cada vez era más grande y, con el alma trémula, mire las vastas cementeras abandonadas, ya no estaba el labrador deencallecidas manos, recogiendo las doradas espigas de los arrozales o los dulces mangos y naranjas, deleite de mi niñez.
Más, al entrar a la casa, el dolor hirió mi alma, una cortina negra, negracomo los ojos del búho en la noche, cubría la entrada, entonces, de un impulso derribé la puerta, y entre, mientras el pánico se hacía más intenso, de un salto subí a la alcoba de mis padres, y allí,frío, frío y abandonado estaba el libro de oraciones de mi madre, la última rosa, lucía marchita en el florero, que alguna vez mi padre se lo había regalado en el aniversario de bodas, y una blancaazucena sobre las cuentas de un viejo rosario.
Ofuscada, me dirigí a la ventana y vi como las flores del jardín, también habían muerto y en una esquina las herramientas de mi padre tiritaban de...
Autor: Ángela Reyes
Recorriendo las travesías de la vida, que me llevaron por las efímeras horas de largos caminos, por escabrosos y abruptossenderos, desafiando peligros al filo del precipicio; en una tarde de estío, la nostalgia invadió mi ser, entonces miré atrás, oteando a través de los bifurcados caminos, aquel que me llevaría de regresoa la casa solariega, si, mi querida estancia, oculta en el inmenso follaje del bosque, donde sabía que dos ángeles de blancos cabellos y brillantes luceros, esperaban con ansia mi regreso.Presurosa, tomé mi equipaje y el camino de retorno emprendí, más, al acercarme, vislumbre la casita de teja a la rivera de aquella fuente de aguas cristalinas, que en mi niñez, fue remanso de frescura enlos ardientes días de verano.
Mientras le ganaba distancia al camino cubierto de guijarros, mi alma se estremecía, y, ya no podía controlar a mi inquieto corazón, sus latidos me sofocaban, en tantoque el silencio se hacía más profundo.
Si, ese silencio que laceraba mi alma, cada vez era más grande y, con el alma trémula, mire las vastas cementeras abandonadas, ya no estaba el labrador deencallecidas manos, recogiendo las doradas espigas de los arrozales o los dulces mangos y naranjas, deleite de mi niñez.
Más, al entrar a la casa, el dolor hirió mi alma, una cortina negra, negracomo los ojos del búho en la noche, cubría la entrada, entonces, de un impulso derribé la puerta, y entre, mientras el pánico se hacía más intenso, de un salto subí a la alcoba de mis padres, y allí,frío, frío y abandonado estaba el libro de oraciones de mi madre, la última rosa, lucía marchita en el florero, que alguna vez mi padre se lo había regalado en el aniversario de bodas, y una blancaazucena sobre las cuentas de un viejo rosario.
Ofuscada, me dirigí a la ventana y vi como las flores del jardín, también habían muerto y en una esquina las herramientas de mi padre tiritaban de...
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