La familia de pascual duarte
cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el
destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por
sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Hay hombres a quienes se les ordena
marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les mandatirar por el
camino de los cardos y de las chumberas. Aquellos gozan de un mirar sereno y al
aroma de su felicidad sonríen con la cara del inocente; estos otros sufren del sol
violento de la llanura y arrugan el ceño como las alimañas por defenderse. Hay mucha
diferencia entre adornarse las carnes con arrebol y colonia, y hacerlo con tatuajes que
después nadie ha de borrar ya.
Nací hace yamuchos años -lo menos cincuenta y cinco- en un pueblo perdido por la
provincia de Badajoz; el pueblo estaba a unas dos leguas de Almendralejo, agachado
sobre una carretera lisa y larga como un día sin pan, lisa y larga como los días -de una
lisura y una largura como usted para su bien, no puede ni figurarse- de un condenado
a muerte.
Era un pueblo caliente y soleado, bastante rico en olivos yguarros (con perdón), con
las casas pintadas tan blancas, que aún me duele la vista al recordarlas, con una plaza
toda de losas, con una hermosa fuente de tres caños en medio de la plaza. Hacía ya
varios años, cuando del pueblo salí, que no manaba el agua de las bocas y sin
embargo, ¡qué airosa!, ¡qué elegante!, nos parecía a todos la fuente con su remate
figurado un niño desnudo, con su bañeratoda rizada al borde como las conchas de los
romeros. En la plaza estaba el ayuntamiento que era grande y cuadrado como un
cajón de tabaco, con una torre en medio, y en la torre un reloj, blanco como una
hostia, parado siempre en las nueve como si el pueblo no necesitase de su servicio,
sino sólo de su adorno. En el pueblo, como es natural, había casas buenas y casas
malas, que son, como pasacon todo, las que más abundan; había una de dos pisos, la
de don Jesús, que daba gozo de verla con su recibidor todo lleno de azulejos y
macetas. Don Jesús había sido siempre muy partidario de las plantas, y para mí que
tenía ordenado al ama vigilase los geranios, y los heliotropos, y las palmas, y la
yerbabuena, con el mismo cariño que si fuesen hijos, porque la vieja andaba siemprecorreteando con un cazo en la mano, regando los tiestos con un mimo que a no dudar
agradecían los tallos, tales eran su lozanía y su verdor. La casa de don Jesús estaba
también en la plaza y, cosa rara para el capital del dueño que no reparaba en gastar,
se diferenciaba de las demás, además de en todo lo bueno que llevo dicho, en una
cosa en la que todos le ganaban: en la fachada, que aparecía delcolor natural de la
piedra, que tan ordinario hace, y no enjalbegada como hasta la del más pobre estaba;
sus motivos tendría. Sobre el portal había unas piedras de escudo, de mucho valer,
según dicen, terminadas en unas cabezas de guerreros de la antigüedad, con su
cabezal y sus plumas, que miraban, una para el levante y otra para el poniente, como
si quisieran representar que estaban vigilandolo que de un lado o de otro podríales
venir. Detrás de la plaza, y por la parte de la casa de don Jesús, estaba la parroquial
con su campanario de piedra y su esquilón que sonaba de una manera que no podría
contar, pero que se me viene a la memoria como si estuviese sonando por estas
esquinas. La torre del campanario era del mismo alto que la del reló y en verano,
cuando venían las cigüeñas,ya sabían en qué torre habían estado el verano anterior;
la cigüeña cojita, que aún aguantó dos inviernos, era del nido de la parroquial, de
donde hubo de caerse, aún muy tierna, asustada por el gavilán.
Mi casa estaba fuera del pueblo, a unos doscientos pasos largos de las últimas de la
piña. Era estrecha y de un solo piso, como correspondía a mi posición, pero como
llegué a tomarle...
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