La Fiesta De Las Balas

Páginas: 18 (4325 palabras) Publicado: 7 de septiembre de 2011
LA FIESTA DE LAS BALAS

Atento a cuanto se decía de Villa y el villismo, y a cuanto veía a mi alrededor, a menudo me preguntaba yo en Ciudad Juárez qué hazañas serían las que pinta-ban más a fondo la División del Norte: si las que se suponían estrictamente históricas, o las que se califa-caban de legendarias; si las que se contaban como algo visto dentro de la más escueta realidad, o las quetraían ya tangibles, con el toque de la exaltación poética, las revelaciones esenciales. Y siempre eran las proezas de este segundo orden las que se me antojaban más verí-dicas, las que, a mi juicio, eran más dignas de hacer Historia.
Porque ¿dónde hallar, pongo por caso, mejor pintu-ra de Rodolfo Fierro —y Fierro y el villismo eran es-pejos contrapuestos, modos de ser que se reflejabaninfinitamente entre sí— que en el relato que ponía a aquél ante mis ojos, después de una de las últimas bata-llas, entregado a consumar, con fantasía tan cruel como creadora de escenas de muerte, las terribles órdenes de Villa? Verlo así era como sentir en el alma el roce de una tremenda realidad cuya impresión se conservaba para siempre.
Aquella batalla, fecunda en todo, había terminado dejan-do en manosde Villa no menos de quinientos prisione-ros. Villa mandó separarlos en dos grupos: de una parte los voluntarios orozquistas a quienes llamaban colora-dos; de la otra, los federales. Y como se sentía ya bas-tante fuerte para actos de grandeza, resolvió hacer un escarmiento con los prisioneros del primer grupo, mientras se mostraba benigno con los otros. A los colo-rados se les pasaría por las armasantes de que oscure-ciese; a los federales se les daría a elegir entre unirse a las tropas revolucionarias o bien irse a sus casas me-diante la promesa de no volver a hacer armas contra los constitucionalistas.
Fierro, como era de esperar, fue el encargado de la ejecución, a la cual dedicó desde luego la eficaz dili-gencia que tan buen camino le auguraba ya en el áni-mo de Villa, o, según decíaél: de “su jefe”.
Declinaba la tarde. La gente revolucionaria, tras de levantar el campo, iba reconcentrándose lentamente en torno del humilde pueblecito que había sido objetivo de la acción. Frío y tenaz, el viento de la llanura chi-huahuense empezaba a despegar del suelo y apretaba los grupos de jinetes y de infantes: unos y otros se acogían al socaire de las casas. Pero Fierro —a quien nuncadetuvo nada ni nadie— no iba a rehuir un aireci-llo fresco que a lo sumo barruntaba la helada de la noche. Hizo cabalgar a su caballo de anca corta, contra cuyo pelo oscuro, cano por el polvo de la batalla, ro-zaba el borde del sarape gris. Iba así al paso. El viento le daba de lleno en la cara, mas él no trataba de eludir-lo clavando la barbilla en el pecho ni levantando los pliegues del embozo.Llevaba enhiesta la cabeza, arro-gante el busto, bien puestos los pies en los estribos y elegantemente dobladas las piernas entre los arreos de campaña sujetos a los tientos de la montura. Nadie lo veía, salvo la desolación del llano y uno que otro sol-dado que pasaba a distancia. Pero él, acaso inconscien-temente, arrendaba de modo que el animal hiciera piernas como para lucirse en un paseo. Fierrose sentía feliz: lo embargaba el placer de la victoria —de la
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victoria, en la cual nunca creía hasta consumarse la completa derrota del enemigo—, y su alegría interior le afloraba en sensaciones físicas que tornaban grato el hostigo del viento y el andar del caballo después de quince horas de no apearse. Sentía como caricia la luz del sol —sol un tanto desvaído, sol prematuramente envueltoen fulgores encendidos y tormentosos.
Llegó al corral donde tenían encerrados, como re-baño de reses, a los trescientos prisioneros colorados condenados a morir, y se detuvo un instante a mirar por sobre las tablas de la cerca. Vistos desde allí, aque-llos trescientos huertistas hubieran podido pasar por otros tantos revolucionarios. Eran de la fina raza de Chihuahua: altos los cuerpos, sobrias...
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