La flaca

La flaca.
Autora: Claudia Urbina Ulloa (72759458)
Son más de las diez de la noche y Eduardo sigue sentado en la misma silla, con los codos apoyados en la misma mesa, concentrado en los grandes círculos húmedos que ha dibujado el vaso en la madera. Estira el brazo; su mano derecha aún conserva suficiente lucidez para coger la botella de ron cuyo contenido ya está a minutos de la evaporación;llena el vaso hasta donde el líquido lo permite y vuelve a dejar el largo recipiente en el mismo lugar…o en el lugar que sea; ya mandó al demonio todas las fijaciones que lo aquejan en la sobriedad.
No puede pensar claramente, es cierto; sin embargo, su mente se concentra en la única idea que no ha podido salir de su cabeza en todo el tiempo que se ha pasado dentro de ese bar: se va a separar de sumujer. La presente más ausente, la que se va a largar de la casa dejándole la ropa sucia y sin planchar, la que ya se ha encontrado a otro tipo dizque doctorcito el muy pendejo. Esa mujer, esa que había sido un “vacilón” de universidad para convertirse después en la que había pagado la mitad del departamento que ambos comparten con la soledad.
«Ay, mujer, ¿en qué estarás ahorita?», se preguntaEduardo mientras bebe muy lentamente el alcohol puro que le quema la boca como la madre pero su orgullo de macho le hace decirse mentalmente que está ‘suavecito’. «Tirando con el cabronazo ese, más que fijo»; sabe que cualquier idea que se haga y sea parecida a esa es pura mentira…La conoce demasiado. Ella es demasiado inteligente para hacer algo así, nunca sería tan ingenua como para llevar alotro a su propia casa o acceder a revolcarse con el sujeto tan pronto…pero ni ese conocimiento ni el alcohol reducen la cantidad de conjeturas mentales propias del despecho que se hace ahí, solo, sin que alguien pueda decirle lo contrario, queriendo olvidar el bendito ‘beneficio de la duda’.
Con esa ácida lluvia de ideas en la cabeza, no nota que tiene la mirada fija en el antipático bar tender queahora solo se halla limpiando la barra con un trapo usado todo el día; su cuerpo ya está por completo adormecido y tiene muchas ganas de mear. «Como si esta porquería fuera cerveza», se regaña y se ríe entre dientes por la ocurrencia, pero no mueve ni un dedo para intentar ir a los servicios y liberarse.
Si la telepatía le había parecido una patraña o charlatanería propia de las películas deficción, el hecho de que su consejero de vida cruce la puerta del bar en ese preciso momento hace que se burle de su propia posición al respecto. El chiquillo mira inseguro hacia ambos lados con las manos en los bolsillos de la chaqueta como si estuviera por cruzar una avenida y se encuentra con los ojos de Eduardo; sonríe sorprendido y se acerca a su mesa.
- Pavazo, ¿qué haces en un sitio como estea esta hora? – habla Eduardo antes de que el chico pueda siquiera sentarse en una de las sillas que sobran o saludar.
- Solo supuse que estarías acá. Sí te puedo tutear fuera del trabajo, ¿no? – se ha sacado la chalina y el abrigo, y los coloca en el respaldar mientras habla.
- Lo acabas de hacer…Fuera de la oficina ya sabes que se pierden los respetos y se caen las plaquitas – coge el vasonuevamente y se bebe de un sorbo lo que queda en él.
- Se caen las máscaras, dirás – mira con desaprobación la manera de beber de su compañero y se acerca a la botella para olfatear el pico. Se aleja inmediatamente por la potencia del olor -. ¿Qué es esta cosa? ¿Gasolina?
Eduardo ríe con demasiadas ganas, golpea la mesa y aplaude. «Pobre Carlitos…este pollito se pica hasta con el aliento de uno»;tras ese pensamiento sigue riéndose y el chico que tiene en frente se empieza a sentir incómodo por no saber cómo reaccionar. Toma un poco de aire y por fin puede hablar.
- ¿Y cómo que supusiste que estaría acá, mocoso?
- ¿Será que me llamaste intentando decirme que estabas perdido en algún lugar? Tienes que solucionar de una este problema con el alcohol, Eduardo. Esa, esa es la raíz de tu...