la gloria del olivo

Páginas: 207 (51653 palabras) Publicado: 18 de marzo de 2013















LA GLORIA DEL OLIVO – J.J. BENÍTEZ

CIUDAD DEL VATICANO
04 horas 30 minutos

Aquélla era otra de sus costumbres. Un hábito que ni ella misma podía explicar satisfactoriamente. Se sentía segura bajo el dintel de las puertas. Y era así como gustaba ejercer su autoridad. Y como cada madrugada, desde que fuera recla­mada para cuidar de los «pucheros» del Papa, sorJuana de los Ángeles se detuvo en el umbral. Parpadeó inquieta y, al punto, tras un minucioso vuelo de inspección por la desahogada e in­maculada cocina, sus achinados ojos grises se dulcificaron, re­cuperando la tonificante luminosidad que tanto agradecían sus hermanas de congregación. Todo parecía en orden. A pri­mera vista, todo se hallaba bajo control, al menos en aquellos apartadosaposentos del ala este del Palacio Apostólico. Pero la nueva jornada apenas si acababa de despuntar. En una hora -a las 05.30- el viejo, fiel y nacarado despertador de Cracovia alertaría al Santo Padre. El fugaz campanilleo -que jamás ha­bía traspasado la frontera de los diez segundos- precedería al casi simultáneo encendido de la mayor parte de las ventanas de aquella tercera planta. Era el comienzooficial del nuevo día. Media hora más tarde -poco más o menos hacia las seis-el Papa celebraría su primera «audiencia». Sesenta mi­nutos de recogimiento. Sor Juana sabía de la importancia de esta «hora con Dios» y de su modesta pero vital contribución a que todo en la capilla privada se hallara en armonía y de acuerdo con los severos gustos de su admirado Pontífice. A las 07 horas se iniciaría lamisa. En cuanto a los invitados al pos­terior desayuno, ésa sí era una batalla perdida. A pesar de su machacona y lógica insistencia, Siwiz, el primer secretario particular, continuaba encogiéndose de hombros cada vez que era interrogado por la religiosa. En realidad, tanto sor Juana como el fiel polaco y hombre de confianza del Papa sabían muy bien que esa cuestión era una de las pocas queescapaban al rigorismo doméstico que impregnaba la «casa» del Pontífice. Todo dependía del humor, de la curiosidad o de los íntimos e inescrutables pensamientos del Santo Padre. Una vez finali­zada la misa -a eso de las 07 horas y 45 minutos-, era el propio Papa quien, tras saludar y departir brevemente con la treintena de hombres y mujeres que le había acompañado en el Santo Sacrificio, procedía aseleccionar a los invitados que deberían compartir la colación. Pero esos momentos estaban aún por llegar...
Y sor Juana, desde el umbral, fue a centrar su atención en lo que realmente importaba.
Con la destreza de un malabarista, sin asomo de duda, los. rollizos y sonrosados brazos de sor Gabriela seguían danzando incansables sobre las bandejas de madera que se alineaban en la rojiza mesa de pino.Y mentalmente, salpicando la vajilla con rápidos y nerviosos toques de sus dedos, fue pasando re­vista a los elementos que daban cuerpo al desayuno del Santo Padre y de sus imprevisibles acompañantes: zumo de uva ne­gra, panecillos recién horneados, leche, queso, mermelada y café en abundancia. Y como extra, una pequeña sorpresa: jablka w cieslie z sokiem, un pastel de manzana con salsa defrutas. Todo un «detalle» sugerido y confeccionado por la di­ligente e imaginativa «Gabi», la hermana cocinera. Y fiel al ritual de cada madrugada, sor Gabriela alzó su cara de luna, buscando el refrendo de la madre superiora. Y sor Juana, desde la puerta, asintió con una grave y breve inclinación de cabeza.
Acto seguido, en un gesto mecánico, la cocinera giró sobre los talones, al tiempo queestregaba las manos entre los bajos del azulón e interminable mandil. Y, abriendo una de las ala­cenas, extrajo media docena de blancos paños de hilo. Y puesto que la colación debería permanecer en la cocina hasta las ocho en punto, las bandejas fueron delicadamente cubiertas.
Y también como parte obligada en tales prolegómenos, dejó. hacer a la vivaz e incorregible hermana Fe. Su próximo cin­cuenta...
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