La Guerra Gaucha
Dos palabras:
La Guerra Gaucha no es una historia, aunque sean históricos su concepto y
su fondo.
Por igual causa, el libro carece de fechas, nombres y determinaciones
geográficas; pues estando la guerra en cuestión narrada al detalle en nuestras
historias, no habrían podido adornarse con semejantes circunstancias aquellos
episodios sin evidente abuso de ficción. Cientoy pico de
caudillos excedían a no dudarlo el plan de cualquier narración literaria para no
mencionar la monotonía inherente a su perfecta identidad.
Luego, el hombre de la guerra gaucha, su numen simbólico por decirlo así,
es Güemes, a quien está destinado el capítulo final en una sintética glorificación.
Estreno:
Llevaban los hombres calzoncillo de cordellate hasta la rodilla, chiripáde
picote o cocuyo, camisas andrajosas, sombreros de lana y espuelas de hierro
calzadas sobre el desnudo talón. El
hombre que lo esgrimía calzaba botas, lo cual era otra singularidad. Un
chifle taraceado en colores pasó de mano en mano. Aparecieron las tabaqueras, y
minutos después fumaban los jinetes doblada una pierna sobre el arzón. Platicaron. El hombre de la chaqueta narraba. Derrotastras
derrotas. Verdad. Hasta los Dragones
Infernales disolvíanse deshechos. Está rezando, decían los hombres.
Sus hombres, sonrojados por el sinsabor de la derrota, agachábanse desconfiando.
Todos se portaban jinetes.
Presentíanlo adivino. Sus caballos le anticipaban secretos de guerra.
Allá sobre la cumbre, ya desmontado, abrazaba al grupo en el centelleo de
sus ojos. Oscuridad...Sorpresa... Noche ...Operó mal con la noche...
esto, y despistado, calló por no deprimirse ante sus hombres.
El sargento descendía.
El imponente peregrino arrostraba los riesgos, empinado su morrión y
sable en mano. Manos y piernas se crispaban
entonces...
Arriba, apretados sobre la cornisa del abismo, los montoneros, respirando
apenas, enmudecían.
El sargento bajaba siempre.
Un rumoreo excitósordamente el grupo.
-¡Silencio!
Las cabezas se inclinaron. Ni se indignaban ni compadecían, tanto estupor les
causaba aquello, tanto dominio ejercía sobre su voluntad el temido jefe.
Alerta:
Abrumaban el cénit membranosas telarañas sobre las cuales el
nubarrón desbordábase como un derrumbe de arena. Su melenita tusada en cerquillo le cimbraba
sobre las cejas.
Frente a la puerta, sentadosen sus monturas, seis hombres consultaban
sobre el aguacero. Chales de lluvia azotábanse
sobre la fronda, flameaban los relámpagos, y los truenos entreveraban
gigantescamente sus monólogos. La caña, tocando bota por bota, acompasaba ya el
estribillo de otro juego:
Galiinita ponedora,
Poné uno,
Poné dos,
Poné tres,
Poné cuatro
37Poné cinco... Sobre el faldeo blanco de granizo,
corríauna pincelada de sol. Triscaba otra vez sobre las botas la escopeta
de caña:
Poné seis,
Poné siete,
Poné ocho,
Tapá tu biz... Alto el rebenque, vomitaba sobre él excesivas blasfemias. La vieja se acuclilló a su lado, mentón sobre las
rodillas, las manos trabadas en torno. Y entre soponcios,
hibridaba de quichua una invocación de la cual percibíase el "Dios padre, Dios hijo":
Dios yaya, DiosChuri...
Y el niño partió a media rienda bajo los árboles. La borrasca traqueó inútilmente su trifulca sobre ellos.
Allá, sobre un poncho, el niño se moría, pues una bala lo tocó al partir,
perforándole los riñones.
Sorpresa:
Era un húsar formidable, casi puro pelo la frente, cavo el ojo, enarcado
en alero el bigote - lindo animal de guerra.
Sucedía eso por primera vez, másno extrañaba al capitán. El hombre se quedó con él. El capitán era buen católico.
Cuidaba mucho sus cabellos, apartándolos sobre las orejas en dos bucles
castaños. "La mujer del capitán", decían los hombres. Mientras él urdía coplas que sus hombres cantaban.
El capitán se inspiró.
Y el capitán suponíase ya, jineteando al frente de sus hombres en la fresca
mañana, las lanzas diagonales al...
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