la hija del espantapajaro
en el suelo para frotárselos y calentarlos un poco.
No era fácil descubrir las setas entre tantas hojas. Y más, ahora que estaba
terminando el otoño y apenas si quedaban. Aunque rebuscó obstinadamente,
encontró sólo un puñado.
Se iba haciendo de noche y las sombras crecían, cada vez más oscuras, entre
losárboles. Era un paisaje triste. Las hojas ya no brillaban como antes y no eran
ni amarillas. Se estaban volviendo marrones.
La lluvia caía lenta y pesadamente. Noviembre.
Se incorporó ciñéndose la chaqueta para abrigarse mejor. En el fondo de la
cesta había sólo unas pocas setas empapadas. No eran suficientes y aguzó la
vista buscando más. Tal vez... algo más allá...
No, eran piedras húmedas. Peroallí... sí, allí había setas. No muchas, pero
algo es algo. Ahora tenía que recoger leña para el fuego.
Se estaba haciendo de noche muy de prisa. Y la lluvia seguía cayendo.
Su pelo chorreaba. Se lo apartó de la cara con un movimiento impaciente.
Le caía sobre los ojos cada vez que se inclinaba. Lo tenía muy largo, espeso y
negro. Y era cierto, como decían, que se enroscaba como serpientessobre su
espalda.
Oh, sí... Sabía perfectamente lo que decía de ella la gente del pueblo. Pero
no la molestaba. Que gritaran ¡Malos Pelos! a su paso, si les apetecía. Nadie
conseguiría hacerla enfadar.
Después de todo, Malos Pelos no era un apodo estúpido. Sonaba a algo
peligroso, que daba miedo, y eso le gustaba. No le preocupaba en absoluto que
los demás no quisieran nada con ella. Mejor,así los mantenía a distancia.
Ella tampoco los podía aguantar. En algo, al menos, estaban de acuerdo. No
eran más que una banda de viejos locos y santurrones, lo sabía perfectamente.
Y tampoco ignoraba que su carácter era terrible. ¡Pero qué remedio! No
conviene ser demasiado blanda cuando una vive sola en el bosque con dos
hermanitos que cuidar. Su carácter fuerte le ayudaba a combatir laspenas y las
dificultades. De repente despedía fuego y azufre... y así ahuyentaba las
calamidades. Luego todo marchaba bien de nuevo.
Ese día, especialmente, una buena tormenta se preparaba en su interior. Sus
ojos echaban chispas y tenía el ceño fruncido. Con una especie de furia lunática
recogía ramas secas del suelo y las iba echando en un montón.
4María Gripe La hija del EspantapájarosDespués se detuvo un momento para remangarse la chaqueta: Era de su
madre, de color verde, y a Loella le quedaba tan grande como un abrigo.
Miró desafiante a la oscuridad, entre los abetos. La lluvia trazaba líneas
paralelas en el aire.
«El primero de noviembre», dijo de repente en voz alta. Arrugó aún más el
ceño y sus ojos se pusieron tan negros como dos motas de hollín. Mamá había
dichooctubre. Había prometido volver para octubre, a más tardar, seguro...
Su cólera estalló. Llevaba un collar largo, de cuentas rojas, que su madre le
había dado. Se lo arrancó de un tirón y con él azotó el aire produciendo un
sonido silbante.
—¡Es una vergüenza! ¡Un engaño! —gritó dando una furiosa patada al
montón de leña. Sus ojos centelleaban.
—¡Estas cosas tan feas no se hacen...!
Pronto secalmó. Un momento antes estaba pálida y helada. Ahora sus
mejillas se habían puesto encarnadas, sentía calor en todo el cuerpo y rebosaba
energía, como si una pequeña máquina hubiera recargado sus baterías.
Se frotó la nariz enérgicamente con la manga del jersey y farfulló,
dirigiéndose a sí misma con tono de reprimenda:
—¡Luna negra, flor venenosa, nido de culebras...! ¡Castigo para Loellapor
hablar así! ¡Castigo!
Luna negra, flor venenosa, nido de culebras: eran las palabras misteriosas
que usaba siempre que las cosas iban mal. Las cambiaba, las entrelazaba como
una especie de fórmula mágica para conjurar la mala suerte.
Cuando estaba contenta usaba otras distintas: «Luna blanca, flor
perfumada, nido de pájaros...» Eran su manera de decir «gracias» a los poderes
benéficos...
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