la historia de mexico
Con firmes convicciones y arraigada fe religiosa, con mujer bella y hacendosa, con un hijo aventajado intelectual y físicamente, bienquisto de sus convecinos, en situacióneconómica modesta, pero desahogada, don Juan de Solís poseía elementos bastantes para considerarse dichoso. Pero no era así, por desgracia. El buen caballero había caído en la más torturante flaqueza que puede enseñorearse de un corazón apasionado: la de creer que su esposa le era infiel, que defraudaba el entrañable amor que él sentía por ella, y le deshonraba ante la opinión de las gentes.
Unanoche, después de las ocho, regresaba a su casa. Era invierno y todas las puertas estaban cerradas y las calles oscuras y solitarias. Caminaba el caballero pensativo y cabizbajo. De pronto se dio cuenta de que alguien venía tras él. Se detuvo y puso mano a la espada, pues aunque sabía que la seguridad de personas y bienes era proverbial en la villa, no estaban demás las precauciones en medio deaquella soledad y de aquellas tinieblas. El que venía, se emparejó con don Juan, le saludó respetuoso y afable, y siguió caminando a su vera. Era un tlaxcalteca, más viejo que joven y vestido modestamente, a usanza de la clase trabajadora.
-¿Quién eres? – le preguntó don Juan.
- Blas Cázares, servidor de su merced.
- Gracias.
- Conocí al abuelo y al padre y al padre de su merced… Veo confrecuencia al niño don Juan, que por cierto, es el vivo retrato de su abuelo, y me recuerda lo bueno que era aquel caballero, no agraviando a lo presente. Siempre he tenido cariño por la casa de su merced.
- Te lo agradezco, y tengo mucho gusto de haberte conocido… ¿Y que haces por aquí a estas horas? ¿Vives en este barrio?
- Voy a buscar a un amigo, y después, a mi casa, que es la de su merced,en el callejón de Los Tejocotes.
Habían llegado a la esquina de la calle del Mezquite (hoy de Carranza 1936) y el callejón cuyo primitivo se ignora y que después se ha llamado del Diablo.
- Volveremos a vernos- dijo don Juan, haciendo ademán de despedirse.
- Antes de separarnos- insinuó el tlaxcalteca bajando la voz, no obstante la soledad y el silencio de la calle- quiero decir a su merceduna cosa que le interesa.
- A ver…
- Su merced cavila y sufre porque cree que su esposa lo engaña.
-¿Cómo te atreves a hablarme de esas cosas? -exclamó don Juan con tono severo y altivo.
- Porque quiero a su merced y deseo hacerle un servicio: dentro de cuatro días le presentaré pruebas claras de que se equivoca, o de que no se equivoca.
Una promesa de certidumbre, en un sentido o en otro,tiene para el celoso atracción irresistible. Ante aquella posibilidad de saber, de calmar definitivamente la duda y la inquietud, se desvaneció la orgullosa susceptibilidad de don Juan, que no experimentó ya otro sentimiento que conocer la verdad cualquiera que ésta fuese.
- Si señor, se lo prometo. Nos veremos en esta misma calle y a esta misa hora… Que pase su merced buenas noches.
Y se apartó,perdiéndose en las sombras. Don Juan se quedó unos minutos inmóvil, como anonadado por la impresión de aquella promesa, sin saber a ciencia cierta si le daría o no crédito.
La noche en que el plazo vencía, caminaba lentamente don Juan de Solís por la misma calle y a la misma hora que la vez anterior, y como entonces, cercado de oscuridad y silencio. “¿Vendría Blas Cázares a hacerle la revelación...
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