la historia
de su agonía don Machelo Orellana—.
¡Jesús! ¡Cómo ese gringo se lo trae abajo
la laguna!
—En la manteca también mientras
tostaba cancha, doña Rosalía nos hizo ver
cómo el agua se lo tapaba al pueblo; pero
entonces ni ella sabía si era este o el de la
otra banda.
—En mi sueño, oiganes, clarito Mamá
Nieves me reveló: «No les importó celebrarmi fiesta… Mira cómo ese río avanza sobre
ese pueblo de pecadores».
Agarrando nuestras gallinitas bajamos esa bajada,
después que se propagó la peste, a las dos o otras
semanas nomás será en que la laguna de Kojup, que
había encima del pueblo de Suyrobamba, se lo tapó
a este cuando lo estamos viendo desde esta banda.
Primero fue un estruendo lo que escuchamos,
luego vimos que sedesplomaba el cerro y se
vaciaba la laguna…
Fue poco después que un anciano rotosito,
cargado su alforja, pasara por este pueblo anunciando
la desgracia; que todos esperábamos ya,
desde que en la ladera de Cunca pariera la mula
de don Alberto Cano.
—Será el fin del mundo —dijimos.
—Pero no para este pueblo —dijo el anciano
peregrino—; para el otro, para el que está al frente,
aunque lamaldición puede tocarlos.
Y de veras, al siguiente día nomás ocurrió la
desgracia, luego que al anciano le negaran hospicio
y hasta un plato de comida.
—¿Ya ves? —dizque le reveló la Virgen a
Sebastián Quimichi uno de los nuestros—. ¿Ya
ves? No se condolieron a pesar de vivir en la
abundancia, ahora están pagando sus culpas,
lejos de toda salvación; porque ese anciano, hijo,
fue Dios…
Niuno había logrado salvarse. Ni esa mujercita,
la única que le ofreció alimento; sólo porque
al escapar olvidó la advertencia: «Oigas lo que
oigas, por nada te has de volver». Pero en el
momento del estruendo miró atrás; y ahí nomás
quedó endurecida como piedra.
—Ahora ven y sácame de este sitio, Sebastián
—le ordenó la Virgen—; es mi voluntad que me
lleves a Cocharcas, cerca de mi hermana,la
Virgen de la Candelaria, donde siempre quise
estar.
—Pero cómo, mamita, señora —le había respondido
él—, si no puedo ni moverme…
Ya para entonces la peste nos estaba matando.
De entre los muertos que se descomponían en
Suyrobamba, picoteados por nubes de gallinazos,
a una vieja de negros harapos, flaca, alta, de pelo
blanqueado, dizque la vieron levantarse y avanzar
a este ladodesparramando en el aire un humo
azuloso que era la enfermedad.
—La peste negra es —decían, temblando, llorando,
en esos días de harta lluvia.
Los que salimos de nuestra querencia, cuando
se aclaró el cielo y volaban las primeras palomas,
ya llevábamos la enfermedad bien adentro:
moreteados, puro pellejo, con esa fiebre que
nos envolvía, caminábamos como en el aire, sin
sentir el hielo de lacordillera ni el solazo de los
temples.
Pero eso fue ya después que Sebastián Quimichi
abandonara el pueblo. Antes, de lo botadito que
estaba, encogido como nosotros, mejoró un
día; y ya lo vimos, alentado, encaminándose a
Suyrobamba a sacar a mamita Nieves, según dijo,
que estaba sufriendo sepultada en el lodo.
Después supimos que bajó al temple y cruzó
pueblos, sin importarle los truenos,los relámpagos,
la granizada, que hacían temblar los cielos y la
tierra.
Sólo cuando obtuvimos las primeras noticias
que la Virgen ya estaba en Cocharcas y que había
hecho varios milagros durante su recorrido, como
hacer brotar agua de una peña, es que decidimos
ir en peregrinación, luego de enterrar a nuestros
muertos en enormes zanjas y quemarlos cuando
las fuerzas se nos acabaron.Quién sabe la Virgen se compadezca, diciendo,
así como se compadeció del Sebastián, es que
decidimos irnos, pueda o no pueda.
Como dormidos nomás avanzamos esa travesía,
pisando altos y bajos. Las gentes al vernos
pasar por los pueblos se espantaban, se corrían
a los cerros o se escondían en sus chozas, desde
donde sentíamos sus ojos espiándonos por las
rendijas de sus puertas.
Apenas nos...
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