La iliada

Páginas: 41 (10116 palabras) Publicado: 23 de marzo de 2012
Carlitos Alegre, que nunca se fijaba en nada, sintió de pronto algo muy fuerte y sobrecogedor, algo incontenible y explosivo, y sintió más todavía,
tan violento como inexplicable, aunque agradabilísimo todo, eso sí, cuando aquella cálida noche de verano regresó a su casa y notó preparativos de fiesta,
allá afuera, en la terraza y en el jardín. Hacía un par desemanas que preparaba todos los días su examen de ingreso a la universidad, en los altos de
una muy vieja casona de húmeda y polvorienta fachada, amarillenta, sucia y de quincha la vetusta y demolible casona aquella situada en la calle de la Amargura
y en que vivían doña María Salinas, viuda de Céspedes, puntualísima empleada del Correo Central, y los tres hijos -dosvarones, que son mellizos, ah, y
la mujercita también, claro, la mujercita...- que había tenido con su difunto marido, César Céspedes, un esforzado y talentoso dermatólogo chiclayano que
empezaba a abrirse camino en la Lima de los cuarenta y ya andaba soñando con construirse un chalet en San Isidro y todo, con su consultorio al frente,
también,por supuesto, y aprendan de su padre, muchachos, que este ascenso profesional y social me lo estoy ganando solo, solito y empezando de cero, ¿me
entienden?, cuando la muerte lo sorprendió, o lo malogró -como dijo alguien en el concurrido y retórico entierro de Puerto Eten, Chiclayo, su terruño-,
obligando a su viuda a abandonar su condición de satisfecha yesperanzada ama de casa, para entregarse en cuerpo y alma a la buena educación de sus hijos,
a rematar, casi, la casita propia de entonces, en Jesús María, y a convertirse en una muy resignada y eficiente funcionaria estatal y en la ojerosa y muy
correcta inquilina de los altos de aquella cada día más demolible casona de la ya venida a menos calle de la Amargura, nisiquiera en la vieja Lima histórica
de Pizarro, nada, ni eso, siquiera, sino en la vejancona, donde, sin embargo, conservaba su residencia de notable balcón limeño el presidente don Manuel
Prado Ugarteche -entonces en su segundo mandato-, claro que porque Prado vivía en París y así cualquiera, salvo cuando gobernaba el Perú, y porque antigüedad
esclase, también, para qué, argumento este que, aunque sin llegar entenderlo a fondo ni compartirlo tampoco a fondo, esgrimían a menudo Arturo y Raúl
Céspedes, los hijos mellizos del fallecido dermatólogo chiclayano, ante quien osara mirar la vetusta y desangelada casota y verla tal cual era, o sea,
sin comprensión ni simpatía y de quincha, o sin compasión ni amplitudde criterio e inmunda, y más bien sí con una pizca de burla silenciosa y una mala
leche que gritaban su nombre. Una miradita bastaba, y una miradita más una sonrisita eran ya todo un exceso, aunque se daban, también, qué horror, esta
Lima, pobres Arturo y Raúl, susceptibles hasta decir basta en estos temas de ir a más y venir a menos.El mismo argumento de la antigüedad y la clase era utilizado por los mellizos, convertidos ya en 1957 en dos ambiciosos egresados del colegio La Salle,
exactos el uno al otro por dentro y por fuera, aunque sin entenderlo ellos tampoco en este caso, por supuesto, cuando de la honra de su menor hermana Consuelo
se trataba, ya que se es gente decente y biensi se vive en San Isidro o Miraflores, pero no por ello se tiene que ser gente mal, o de mal vivir, lo cual
es peor, ni mucho menos indecente, carajo, si se vive en Amargura. Y aunque los conceptos no tenían absolutamente nada que ver los unos con los otros,
cuando los hermanos Arturo y Raúl Céspedes se referían a su hermana, ni feíta ni bonita, ni inteligente...
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