La inmortalidad - Milán Kundera

Páginas: 431 (107564 palabras) Publicado: 18 de febrero de 2014
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MILAN KUNDERA
La inmortalidad

Traducción de Fernando de Valenzuela

TUSQUETS

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Primera parte
El rostro
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Aquella señora podía tener sesenta, sesenta y cinco años. Yo la miraba mientras
estaba acostado en una camilla frente a la piscina de un club de gimnasia situado en
la última planta de un edificio moderno, desde donde se ve, a través de unas
grandes ventanas, todoParís. Estaba esperando al profesor Avenarius, con el que a
veces me reúno aquí para charlar. Pero el profesor Avenarius no llegaba y yo miraba
a una señora; estaba sola en la piscina, metida en el agua hasta la cintura, mirando
hacia arriba a un joven instructor vestido con un chandal, que le enseñaba a nadar.
Le daba órdenes: tenía que sujetarse con las manos al borde de la piscina y aspirary
espirar profundamente. Lo hacía con seriedad, con empeño, y era como si desde las
profundidades del agua se oyera el sonido de una vieja locomotora de vapor (aquel
sonido idílico, hoy ya olvidado, que para quienes no lo conocieron sólo puede ser
descrito como la respiración de una vieja señora que, junto al borde de una piscina,
aspira y espira sonoramente). Yo la miraba fascinado. Mequedé absorto en su
enternecedora comicidad (el instructor también era consciente de ella, porque le
temblaba a cada momento la comisura de los labios), pero después me saludó un
conocido, quien distrajo mi atención. Cuando quise volver a mirarla, al cabo de un
rato, la lección ya había terminado. Se iba, en bañador, dando la vuelta a la piscina.
Pasó junto al instructor y cuando estaba a unostres o cuatro pasos de distancia
volvió hacia él la cabeza, sonrió, e hizo con el brazo un gesto de despedida. ¡En ese
momento se me encogió el corazón! ¡Aquella sonrisa y aquel gesto pertenecían a
una mujer de veinte años! Su brazo se elevó en el aire con encantadora ligereza. Era
como si lanzara al aire un balón de colores para jugar con su amante. Aquella
sonrisa y aquel gesto tenían encantoy elegancia, mientras que el rostro y el cuerpo
ya no tenían encanto alguno. Era el encanto del gesto, ahogado en la falta de
encanto del cuerpo. Pero aquella mujer, aunque naturalmente tenía que saber que
ya no era hermosa, lo había olvidado en aquel momento. Con cierta parte de
nuestro ser vivimos todos fuera del tiempo. Puede que sólo en circunstancias
excepcionales seamos conscientes denuestra edad y que la mayor parte del tiempo
carezcamos de edad. En cualquier caso, cuando se volvió, sonrió y le hizo un gesto
de despedida al joven instructor (que no pudo contenerse y se echó a reír), no sabía
su edad. Una especie de esencia de su encanto, independiente del tiempo, quedó
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durante un segundo al descubierto con aquel gesto y me deslumbre. Estaba
extrañamenteimpresionado. Y me vino a la cabeza la palabra Agnes. Agnes. Nunca
he conocido a una mujer que se llamara así.

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2
Estoy acostado en la cama en un dulce entresueño. Ya a las seis de la mañana, en un
ligero primer despertar, llevo la mano hacia una pequeña radio que tengo junto a la
almohada y aprieto el botón. Se oyen las primeras noticias de la mañana, apenas soy
capaz de diferenciar lasdistintas palabras y vuelvo a dormirme, de modo que las
frases de los locutores se convierten en sueños. Es el momento más hermoso del
sueño, el instante más placentero del día: gracias a la radio soy consciente de que
constantemente me duermo y me despierto de ese magnífico vaivén entre la vigilia
y el sueño, que por sí mismo ya es causa suficiente para que el hombre no lamente
haber nacido. ¿Essólo un sueño o estoy de verdad en la ópera y veo a dos cantantes,
vestidos de caballeros medievales, que cantan sobre el tiempo que va a hacer?
¿Cómo es que no cantan sobre el amor? Pero luego me doy cuenta de que son
locutores, ya no cantan, sino que bromean y se interrumpen el uno al otro: «Será un
día caluroso, pesado, con tormentas», dice el primero, y el segundo, con coquetería:...
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