(Todos los fuegos el fuego, 1966) La primera vez que vio la isla, Marini estaba cortsmente inclinado sobre los asientos de la izquierda, ajustando la mesa de plstico antes de instalar la bandeja del almuerzo. La pasajera lo haba mirado varias veces mientras l iba y vena con revistas o vasos de whisky Marini se demoraba ajustando la mesa, preguntndose aburridamente si valdra la pena responder a lamirada insistente de la pasajera, una americana de las muchas, cuando en el valo azul de la ventanilla entr el litoral de la isla, la franja dorada de la playa, las colinas que suban hacia la meseta desolada. Corrigiendo la posicin defectuosa del vaso de cerveza, Marini sonri a la pasajera. Las islas griegas, dijo. Oh, yes, Greece, repuso la americana con un falso inters. Sonaba brevemente untimbre y el steward se enderez, sin que la sonrisa profesional se borrara de su boca de labios finos. Empez a ocuparse de un matrimonio sirio que quera jugo de tomate, pero en la cola del avin se concedi unos segundos para mirar otra vez hacia abajo la isla era pequea y solitaria, y el Egeo la rodeaba con un intenso azul que exaltaba la orla de un blanco deslumbrante y como petrificado, que allabajo sera espuma rompiendo en los arrecifes y las caletas. Marini vio que las playas desiertas corran hacia el norte y el oeste, lo dems era la montaa entrando a pique en el mar. Una isla rocosa y desierta, aunque la mancha plomiza cerca de la playa del norte poda ser una casa, quiz un grupo de casas primitivas. Empez a abrir la lata de jugo, y al enderezarse la isla se borr de la ventanilla no quedms que el mar, un verde horizonte interminable. Mir su reloj pulsera sin saber por qu era exactamente medioda. A Marini le gust que lo hubieran destinado a la lnea Roma-Tehern, porque el pasaje era menos lgubre que en las lneas del norte y las muchachas parecan siempre felices de ir a Oriente o de conocer Italia. Cuatro das despus, mientras ayudaba a un nio que haba perdido la cuchara y mostrabadesconsolado el palto del postre, descubri otra vez el borde de la isla. Haba una diferencia de ocho minutos pero cuando se inclin sobre una ventanilla de la cola no le quedaron dudas la isla tena una forma inconfundible, como una tortuga que sacara apenas las patas del agua. La mir hasta que lo llamaron, esta vez con la seguridad de que la mancha plomiza era un grupo de casas alcanz a distinguirel dibujo de unos pocos campos cultivados que llegaban hasta la playa. Durante la escala de Beirut mir el atlas de la stewardess, y se pregunt si la isla no sera Horos sino Xiros, una de las muchas islas al margen de los circuitos tursticos. No durar ni cinco aos, le dijo la stewardees mientras beban una copa en Roma. Aprate si piensas ir, las hordas estarn all en cualquier momento, Gengis Cookvela. Pero Marini sigui pensando en la isla, mirndola cuando se acordaba o haba una ventanilla cerca, casi siempre encogindose de hombros al final. Nada de eso tena sentido, volar tres veces por semana a medioda sobre Xiros era tan irreal como soar tres veces por semana que volaba a medioda sobre Xiros. Todo estaba falseado en la visin intil y recurrente salvo, quiz, el deseo de repetirla, laconsulta al reloj pulsera antes de medioda, el breve, punzante contacto con la deslumbradora franja blanca al borde de un azul casi negro, y las casas donde los pescadores alzaran apenas los ojos para seguir el paso de esa otra irrealidad. Ocho o nueve semanas despus, cuando le propusieron la lnea de Nueva York con todas sus ventajas, Marini se dijo que era la oportunidad de acabar con esa mana inocentey fastidiosa. Tena en el bolsillo el libro donde un vago gegrafo de nombre levantino daba sobre Xiros ms detalles que los habituales en las guas. Contest negativamente, oyndose como desde lejos, y despus de sortear la sorpresa escandalizada de un jefe y dos secretarias se fue a comer a la cantina de la compaa donde lo esperaba Carla. La desconcertada decepcin de Carla no lo inquiet la costa sur...
Leer documento completo
Regístrate para leer el documento completo.