La Lectura No Oyes Ladrar Los Perros Juan Rulfo

Páginas: 6 (1476 palabras) Publicado: 25 de marzo de 2015
Preguntas para guiar la lectura Juan Rulfo, El llano en llamas
 
                    No oyes ladrar a los perros pps, 34-40
1. ¿Qué le pregunta el padre a Ignacio al comienzo del cuento?
2. ¿A dónde se dirigen? ¿Para qué van allá?
3. ¿Por qué no quiere el padre sentarse para descansar un poco?
4. ¿Cuál es el estado del hijo?
5. ¿Qué le dice el hijo al padre?
6. ¿Por quién hace el padreesta gran sacrificio?
7. Cuando el padre le habla de Ud. al hijo: ¿qué tipo de reproches le hace?
8. ¿Qué recuerda el padre del nacimiento de Ignacio?
9. ¿Por qué pregunta el padre: "¿Lloras, Ignaco?"
10. ¿En qué momento muere el hijo?
 
Juan Rulfo
 
     El llano en llamas
 
                    No oyes ladrar a los perros
 
 
 
             -Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime sino oyes alguna señal de
     algo o si ves alguna luz en alguna parte.
             -No se ve nada.
             -Ya debemos estar cerca.
             -Sí, pero no se oye nada.
             -Mira bien.
             -No se ve nada.
             -Pobre de ti, Ignacio.
             La sombra larga y negra de los hombres siguió moviendose de
     arriba abajo, trepándose a las piedras,disminuyendo y creciendo según
     avanzaba por la orilla del arroyo. Era una sola sombra, tambaleante.
             La luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada redonda.
             -Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas
     las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acuérdate
     que nos dijeron que Tonaya estaba detrasito del monte. Ydesde qué
     horas que hemos dejado el monte. Acuérdate, Ignacio.
             -Sí, pero no veo rastro de nada.
             -Me estoy cansando.
             -Bájame.
             E1 viejo se fue reculando hasta encontrarse con el paredón y se
     recargó allí, sin soltar la carga de sus hombros. Aunque se le doblaban
     las piernas, no quería sentarse, porque después no hubiera podido     levantar el cuerpo de su hijo, al que allá atrás, horas antes, le habían
     ayudado a echárselo a la espalda. Y así lo había traído desde entonces.
             -¿Cómo te sientes?
             -Mal.
             Hablaba poco. Cada vez menos. En ratos parecía dormir.
     En ratos parecía tener frío. Temblaba. Sabía cuándo le agarraba a su
     hijo el temblor por las sacudidas que ledaba, y porque los pies se le
     encajaban en los ijares como espuelas. Luego las manos del hijo, que
     traía trabadas en su pescuezo, le zarandeaban la cabeza como si fuera
     una sonaja. É1 apretaba los dientes para no morderse la lengua y
     cuando acababa aquello le preguntaba:
             -¿Te duele mucho?
             -Algo -contestaba él.
             Primero le habíadicho: "Apéame aquí... Déjame aquí...
     Vete tú solo. Yo te alcanzaré mañana o en cuanto me reponga un poco."
     Se lo había dicho como cincuenta veces. Ahora ni siquiera eso decía.
     Allí estaba la luna. Enfrente de ellos. Una luna grande y colorada que
     les llenaba de luz los ojos y que estiraba y oscurecía más su sombra
     sobre la tierra.
             -No veo ya por dónde voy-decía él.
             Pero nadie le contestaba.
             E1 otro iba allá arriba, todo iluminado por la luna, con su cara
     descolorida, sin sangre, reflejando una luz opaca. Y él acá abajo.
             -¿Me oíste, Ignacio? Te digo que no veo bien.
             Y el otro se quedaba callado.
             Siguió caminando, a tropezones. Encogía el cuerpo y luego se
     enderezabapara volver a tropezar de nuevo.
             -Este no es ningún camino. Nos dijeron que detras del cerro estaba
     Tonaya. Ya hemos pasado el cerro. Y Tonaya no se ve, ni se oye ningún
     ruido que nos diga que está cerca. ¿Por qué no quieres decirme qué ves,
     tú que vas allá arriba, Ignacio?
             -Bájame, padre.
             -¿Te sientes mal?
             -Sí
            ...
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