La Leyenda Del Padre Almeida
Quito Ecuador
HASTA CUANDO PADRE ALMEIDA
El convento de San Diego es una inmensa ermita con su capilla, con los claustros cuadrados, muchas
celdas, un precioso humilladero, una clásica fuente castellana, un jardín, un huerto y un gran bosque
de eucaliptos que antes lo fueron de cedros, capulies y arrayanes. Es en esta iglesia, por los
claustros, por las celdas, cruza la silueta del celebre Padre Almeida, que la leyenda se narra junto con
el folclore popular.
¿Quién no conoce en Quito la leyenda de aquel fraile en quien la tradición ha querido sintetizar una de
las malas épocas de la religión franciscana en el Ecuador y pintado en su persona, al fraile que solía pasar algunas noches de claro en claro y no pocos de turbio relajamiento de la disciplina monástica
del convento?
Era Don Manuel de Almeida, joven de 17 años, cuando entró como novicio en el Convento Seráfico de
Quito, renunció a todos sus bienes y los dejó a favor de su madre y hermanas; devoto debió ser el
joven, cuando abandonó una regular fortuna y los placeres de la edad, que los cambió por la disciplina monástica de su convento. No fue ningún pintado en la pared; lo demuestran los cargos
altos que llegó a tener en la Orden: Definidor, Guardián, Mesero de Novicios, Predicador de
Precedencia, Secretario de Provincia y hasta Visitador General. Pero cuando ingresó en el Convento,
malos vientos corrían por los claustros; el demonio de la relajación ya estaba presente, desde la
portería hasta el altar mayor, como resultado, la indisciplina había cundido de una manera
escandalosa. Era la época en que los frailes se hacían arrastrar en coches y literas, jugaban a los
naipes y tiraban escopeta por matar el tiempo y el convento era mirado, por alguno de ellos, como
una gran casa posada a la que debía solamente ocuparse a ratos y desocuparse cuando a bien
tuvieran, sea por la puerta, sea por el tejado. ¡Las veces que el hermano Síndico tuvo que pagar las
tejas rotas por los frailes mozos!. El joven religioso de nuestra leyenda, no pudo, pues permanecer
por mucho tiempo, libre del contagio de todos los vicios
Un buen día cedió a las tentaciones que le tendiera Satanás, por uno de sus compañeros del claustro
y acudieron a comer, por la Noche Buena, unos ricos buñuelos a casa de cierta devota, que se creía
honrada con la presencia nocturna de los relajados hijos de San Francisco. Cuatro de estos frailes
fueron los que aquella noche saltaron las tapias, entonces bajas del convento, hacia las calles que
conducen a Santa Clara y a la quebrada de Auqui y junto a la fuente del Sapo, se hallaba la casa,
cuya puerta cedió fácilmente al primer empuje del mas confianzudo de ellos.
Cuando entraron a la casa en silencio se hizo general, llamando la atención el novicio Almeida, en
actitud desairada encontró tendida por los suelos, un arpa casera, al compás de cuyos sones habían
ingresado a la casa. No debió causarle buena impresión la frialdad del recibimiento; pero no pudo
Gutenberg Schule
Quito Ecuador
prolongarse el disgusto con que probaba la vida mundana del religioso, porque bien pronto
desdoblase un biombo de siete mil colores y saltaron a media sala, como media docena de frailes
dominicanos.
Así chicu, chicu, nuestro Padre San Francisco, fue el saludo de ellos, dando brincos y palmadas
delante de los seráficos que seguido de carcajadas y bromas, hizo latir de gusto el corazón de Fray
Almeida. Volvió el arpa a las manos del dominicano que la había soltado ...
Regístrate para leer el documento completo.