La Literatura y La Vida
Mario Vargas Llosa
Muchas veces me ha ocurrido, en ferias del libro o librerías, que un señor se meacerque con un libro mío en las manos y me pida una firma, precisando: “Es para mimujer, o mi hijita, o mi hermana, o mi madre; ella, o ellas, son grandes lectoras y lesencanta la literatura”. Yo le pregunto, de inmediato: “¿Y, usted, no lo es? ¿No le gustaleer?”. Larespuesta rara vez falla: Bueno, sí, claro que me gusta, pero yo soy unapersona muy ocupada, sabe usted”. Si, lo sé muy bien, porque he oído esa explicacióndecenas de veces: ese señor, esos miles de miles de señores iguales a él, tienentantas cosas importantes, tantas obligaciones y responsabilidades en la vida, que nopueden desperdiciar su precioso tiempo pasando horas de horas enfrascados enunanovela, un libro de poemas o un ensayo literario. Según esta extendida concepción, laliteratura es una actividad prescindible, un entretenimiento, seguramente elevado y útilpara el cultivo de la sensibilidad y las maneras, un adorno que pueden permitirsequienes disponen de mucho tiempo libre para la recreación, y que habría que filiar entre los deportes, el cine, el bridge o el ajedrez, pero que puedeser sacrificado sinescrúpulos a la hora de establecer una tabla de prioridades en los quehaceres ycompromisos indispensables de la lucha por la vida.Es cierto que la literatura ha pasado a ser, cada vez más, una actividad femenina:en las librerías, en las conferencias o recitales de escritores, y, por supuesto, en losdepartamentos y facultades universitarias dedicados a las letras, las faldasderrotan alos pantalones por goleada. La explicación que se ha dado es que, en los sectoressociales medios, las mujeres leen más porque trabajan menos horas que los hombres,y, también, que muchas de ellas tienden a considerar más justificado que los varonesel tiempo dedicado a la fantasía y la ilusión. Soy un tanto alérgico a estasexplicaciones que dividen a hombres y mujeres en categoríascerradas y que atribuyena cada sexo virtudes y deficiencias colectivas, de manera que no suscribo del tododichas explicaciones. Pero, no hay duda, los lectores literarios son cada vez menos,en general, y, dentro de ellos, las mujeres prevalecen. Ocurre en casi todo el mundo.En España, una reciente encuesta organizada por la SGAE (Sociedad General deAutores Españoles) arrojó una comprobación alarmante: que la mitad de losciudadanos de este país jamás ha leído un libro.La encuesta reveló, también, que, en la minoría lectora, el número de mujeres queconfiesan leer supera al de los hombres en un 6,2% y la tendencia es a que ladiferencia aumente. Doy por seguro que esta proporción se repite en muchos países,y, probablemente agravada, también en el nuestro. Yo me alegro mucho por lasmujeres;claro está, pero lo deploro por los hombres, y por aquellos millones de sereshumanos que, pudiendo leer, han renunciado a hacerlo. No sólo porque no saben elplacer que se pierden, sino, desde una perspectiva menos hedonista, porque estoyconvencido de que una sociedad sin literatura, o en la que la literatura ha sidorelegada, como ciertos vicios inconfesables, a los márgenes de la vida socialycontrovertida poco menos que en un culto sectario, está condenada a barbarizarseespiritualmente y a comprometer su libertad.Quisiera formular algunas razones contra la idea de la literatura como unpasatiempo de lujo y a favor de considerarla, además de uno de los másenriquecedores quehaceres del espíritu, una actividad irremplazable para la formacióndel ciudadano en una sociedad modernay democrática, de individuos libres, y que, por lo mismo, debería inculcarse en las familias desde la infancia y formar parte de todoslos programas de educación como una disciplina básica. Ya sabemos que ocurre locontrario, que la literatura tiende a encogerse e, incluso, desaparecer del currículoescolar como enseñanza prescindible.
Vivimos en una era de especialización del conocimiento,...
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