La Llovizna

Páginas: 5 (1208 palabras) Publicado: 4 de octubre de 2012
La Llovizna.
"La Llovizna"
Juan de la Cabada

Desde hace algún tiempo, desde que me enriquecí con la dichosa guerra mundial y me casé y vinieron los hijos, no puedo ya contar un cuento. Antes solía contarlos bien. ¡Ay, entonces era libre! Ahora, en cambio: ¡los hijos! ¡Miedo me da que cunda el mal ejemplo! ¿Por qué no acierto a decidirme? Quizá porque los negocios me acostumbraron a lostestimonios del señor cura, del notario, de un juez o de cualquier otra persona.
"Ahí está don fulano que lo diga".

Empero, solo, sin testigos, venía yo una de estas noches de niebla y menuda llovizna, corriendo sobre la oscura carretera.

Sí: al timón de mi automóvil, fijos los ojos en los haces de luz que derramaban los fanales del vehículo, traía yo prisa y una rabía contenida, cierto temblorinexplicable y muy malos pensamientos, al ver que las luces opacas de unas linternas, como de gentes que con sus manos las moviesen a todo lo ancho del camino, me obstruían el paso.

Ni pitos ni sirenas, ni voces que denotaran el hecho de que acabase de ocurrir un accidente desgraciado. "¿No será que tratan de asaltarme? ¿Y quién dice que sean solamente ésos? Habrán de tener cómplices, ocultos alado y lado. Entonces, entonces... si no paro y los atropello, me dispararán los otros por la espalda. Pero, ¡qué demontre!, si aquí traigo cargado mi revólver. ¿A qué, pues, miedo y tales aflicciones? Alguna vez tengo que usarlo" - pensé; apronté el arma, y paré el auto.

-¡Qué hay! dije brusco y en voz alta.

Los de las linternas se acercaron.

Me parecieron cuatro infelices indios, deesos que uno en seguida reconoce como el prototipo de nuestro albañiles, mitad obreros industriales y mitad hombres de campo.

A la luz de mis reflectores vi los ocho huaraches de sus pies mientras se aproximaban. El resto de sus indumentarias eran overoles, sombreros de petate y un paliacate al cuello.

-¿Qué hubo? - volví a gritarles cuando los tuve cerca y pude verles las caras.

Entretantollegaban, con sus linternas en alto, me guardé la pistola debajo de la pretina del pantalón, y para ganar facilidad de movimiento desabroché los tres botones inferiores de mi chaleco, prevenido, por si acaso.

Uno de ellos, el de mayor edad, ya vejancón, usaba grandes bigotes caídos; dos aparentaban unos treinta años, y el último, el más jóven, menos de veinte.

-Patrón -dijo el viejo-,tenemos de precisión que dir a México, porque debemos dentrar tempranito, mañana lunes, al trabajo.

¿Acaso me olvidé? ¿No dije al comienzo que aquella noche de marzo, cuando regresaba a reponer las fuerzas con mi paseo de fin de semana, era la de un domingo? Creo que sí, ¿o no?

A las palabras del viejo, ardido yo por el miedo que me habían hecho pasar y animado de un puntilloso, muy lógico, deseode venganza, modulé ciertos ruiditos de chistante desdén al par que meneaba de igual manera de significación negativa la cabeza.

-Se nos hizo tarde, jefe -agregó uno de los otros indios-.

Era bueno tomarse tiempo de pensar, a la vez que atormentarlos un poco, y así, yo ni aceptaba ni decidían negarme la palabra.

-Por favor, patrón, como ya no pasan los camiones. . . y como usted llevanuestro mismo rumbo.

Intervino el más joven:
-Sólo semos albañiles...- y sonrió, inocente, o malicioso en alusión velada.

Observé su vista socarrona en un rostro demasiado perspicaz, y tan claro fue para mí lo que insinuaba, que negarme sería como demostrar señales de aquel miedo y rebajarme. iY esto no!

-iAcomódense ustedes tres en el asiento de atrás! -dispuse-.
Tú, viejo, ven adelanteconmigo.

Al punto apagaron las linternas, y a la carrera cumplieron mis órdenes.

No cesaba la llovizna.

Libré del freno a mi automóvil, aceleré y seguí la marcha.

Los de atrás sólo dijeron unas cuatro frases; recuerdo bien:

-¿Cómo estará Usebita?
-Pos ya ves.
-Tan bonita.
-Tan luciditos sus siete años.

Y en adelante se pertrecharon en un mutismo empecinado. Nada de una risa,...
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