La lotería de Tona

La lotería de Tona: testimonio de un movimiento de liberación realizado por una mujer tseltal desde los años 60s
Luz María Méndez Alvarez1
Resumen
Antonia habita en un hospital psiquiátrico en el que suma ya 40 años, pues llegó en 1968, cuando el Manicomio General de la ciudad de México fue desocupado como parte del mismo programa de “hermoseamiento” del paisaje urbano que llevó a latragedia de la plaza de las Tres Culturas. Había ingresado al Manicomio algunos años antes a causa de sus ataques de epilepsia. En lo que proponemos que puede ser tomado como una apuesta a la libertad, se había venido a la ciudad de México desde Altamirano, Chiapas. En ese lugar creció, según recuerda, con la familia de “sus padrinos” quienes le enseñaron “la castilla” y la bautizaron. Recuerda queantes hablaba tseltal, que su mamá se murió, que el papá y el hermano se fueron a trabajar a Ocosingo y que a ella la dejaron allí con quien entonces era el presidente municipal. Recuerda haber crecido y visto crecer a las “señoritas” de la familia, proceso en el cual, quedó claro cuál sería el destino de su sexualidad, de seguir allí. Desde hace un año, gracias a un hilo rescatado por otra mujer,trabajadora del hospital, Antonia logró restablecer el lazo con esa familia –quienes le llaman Tona, de cariño-- y con el sostén de ese lazo, empezó a tejer de nuevo su deseo de libertad. Desde diciembre de 2006, he podido acompañarla y acoger su testimonio, su palabra, su decir, que a pesar de los años de abandono, insiste en revelar, quizás para hacer valer.
Palabras clave: mujer, indígena,movimiento, palabra, deseo
A modo de introducción
Antonia —Tona, en clave de cariño— nació hace unos 60 años, en una familia tseltal, en algún lugar cercano a la ciudad de Altamirano en Chiapas. Su cuerpo, como todos los cuerpos humanos, porta las cicatrices que dan cuenta de su historia. Es mujer, porque así fue recibida y como tal creció en el mundo del lenguaje; es indígena, porque así sedice de quien reúne ciertos rasgos fenotípicos con otros sociolingüísticos, como por ejemplo, un rostro y una lengua materna etiquetables como mayas, aunado al haber tenido que aprender como segundo idioma la lengua de Castilla.
Vive desde hace 40 años en un hospital psiquiátrico para mujeres, ubicado en los márgenes de la ciudad de México. Allí llegó, procedente del manicomio de La Castañeda, enuna especie de cargamento humano (equiparable a los que administraba Eichmann2) un día de 1968; año en el que, entre las medidas de hermoseamiento preolímpico de la imagen urbana, podemos contar la demolición del viejo manicomio, el traslado de los locos fuera de la ciudad y la masacre de jóvenes estudiantes libertarios en Tlatelolco.3
Al manicomio de la ciudad había ingresado poco antes, debidoa eso que ella llama “ataques” y que quienes presumen saber, denominan “epilepsia”. A la ciudad del manicomio había arribado poco antes, debido a algo que ella cree no recordar, pero que deja entrever fue también un movimiento libertario, una apuesta erótica, un giro de tuerca que intentó dar a su vida para modificar un destino que le pintaba funesto.
Quien esto escribe, funge como susecretaria4; lo cual, como todo, es un decir, pero un decir que es hacer. Y el hacer consiste en acompañarla, acoger y transmitir su testimonio; sostener con este cuerpo que escuchan ustedes, la reinserción de la palabra de ella en el circuito público; su decir, que a pesar de los años de abandono insiste en revelar, para hacer valer.
Tona no sabe leer ni escribir, por lo cual no contamos con suconsentimiento informado por escrito para esta comunicación. Cosa que no importa porque no se trata, en realidad, de una comunicación científica. De hecho, la transmisión de este testimonio se hace en atención a una petición, a la insistente demanda de Tona de que su palabra sea escuchada; palabra que, dicho sea de paso, suele quedar aplastada por un tsunami de oídos tapados o indiferentes cuando proviene...