La lucha de Pio Baroja

Páginas: 254 (63307 palabras) Publicado: 25 de agosto de 2014
La lucha por la vida I. La busca
I
Preámbulo - Conceptos un tanto inmorales de una pupilera Charlas - Se oye cerrar un balcón - Canta un grillo
Acababan de dar las doce, de una manera pausada, acompasada y respetable, en el reloj del pasillo. Era costumbre de aquel viejo reloj, alto y de caja estrecha, adelantar y retrasar a su gusto y antojo la uniforme
y monótona serie de las horas que varodeando nuestra vida, hasta envolverla y dejarla, como a un niño en la cuna, en el oscuro seno del tiempo.
Poco después de esta indicación amigable del viejo reloj, hecha con la voz grave y reposada, propia de un anciano, sonaron las once, de modo agudo y grotesco, con impertinencia juvenil, en un relojillo petulante de la vecindad, y minutos más tarde, para mayor confusión y desbarajustecronométrico, el reloj de una iglesia próxima dio larga y sonora campanada, que vibró durante algunos segundos en el aire silencioso.
¿Cuál de los tres relojes estaba en lo fijo? ¿Cuál de aquellas tres máquinas para medir el tiempo tenía más exactitud en sus indicaciones?
El autor no puede decirlo, y lo siente. Lo siente, porque el tiempo es, según algunos graves filósofos, el cañamazo en dondebordamos las tonterías de nuestra vida; y es verdaderamente poco científico el no poder precisar con seguridad en qué momento empieza el cañamazo de este libro. Pero el autor lo desconoce: sólo sabe que en aquel minuto, en aquel segundo, hacía ya largo rato que los caballos de la noche galopaban por el cielo. Era, pues, la hora del misterio; la hora de la gente maleante; la
hora en que el poeta piensaen la inmortalidad, rimando hijos con prolijos y amor con dolor; la hora en que la buscona sale de su cubil y el jugador entra en él; la hora de las aventuras que se buscan y nunca se
encuentran; la hora, en fin, de los sueños de la casta doncella y de los reumatismos del venerable anciano. Y mientras se deslizaba esta hora romántica, cesaban en la calle los gritos, las canciones, las riñas; enlos
balcones se apagaban las luces, y los tenderos y las porteras retiraban sus sillas del arroyo para entregarse en brazos del sueño.
En la morada casta y pura de doña Casiana, la pupilera, reinaba hacía algún tiempo apacible silencio: sólo entraba por el balcón, abierto de par en par, el rumor lejano de los coches y el canto de un grillo de la
vecindad, que rascaba en la chirriante cuerda desu instrumento con persistencia desagradable.
En aquella hora, fuera la que fuese, marcada por los doce lentos y gangosos ronquidos del reloj del pasillo, no se encontraban en la casa más que un señor viejo, madrugador impenitente; la dueña, doña Casiana, patrona también impenitente, para desgracia de sus huéspedes, y la criada Petra.
La patrona dormía en aquel instante sentada en la mecedora,en el balcón abierto; la Petra, en la cocina, hacía lo mismo, y el señor viejo madrugador se entretenía tosiendo en la cama.
Había concluido la Petra de fregar, y el sueño, el calor y el cansancio la rindieron, sin duda. A la luz de la lamparilla, colgada en el fogón, se la veía vagamente. Era flaca, macilenta, con el pecho hundido, los brazos
delgados, las manos grandes, rojas, y el pelo gris.Dormía con la boca abierta, sentada en una silla, con respiración anhelante y fatigosa.
Al sonar las campanadas en el reloj del pasillo, se despertó de repente; cerró la ventana, de donde entraba nauseabundo olor a establo de la vaquería de la planta baja; dobló los paños, salió con un rimero de platos
y los dejó sobre la mesa del comedor; luego guardó los cubiertos, el mantel y el pan sobranteen un armario; descolgó la candileja y entró en el cuarto, en cuyo balcón dormía la patrona.
-¡Señora! ¡Señora! -llamó varias veces.
-¿Eh? ¿Qué pasa? -murmuró doña Casiana, soñolienta.
-Si quiere usted algo.
-No, nada. ¡Ah, sí! Mañana diga usted al panadero que el lunes que
viene le pagaré.
-Está bien. Buenas noches.
Salía la criada del cuarto, cuando se iluminaron los balcones de la casa...
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