La mansion de araucaima
Mutis, Álvaro, 19232013
CARTADEÁLVAROMUTISAERNESTOSAMPERPIZANO
"MIAMIGOMUTIS"(PRÓLOGOPORGABRIELGARCÍAMÁRQUEZ)
LAMANSIÓNDEARAUCAIMA
ELÚLTIMOROSTRO
ANTESDEQUECANTEELGALLO
LAMUERTEDELESTRATEGA
SHARAYA
La Mansión de Araucaima y otros relatos Álvaro Mutis © Derechos Reservados de Autor
Biblioteca Familiar Colombiana
El guardián /
El dueño /
El piloto /
La Machiche /
Sueño de la
Machiche /
El fraile /
Sueño del Fraile /
La muchacha /
Sueño de la muchacha /
El sirviente /
La
mansión
/
Los hechos
/
Funeral
El guardián
Había sido antaño soldado de fortuna, mercenario a sueldo de gobiernos y gentes harto dudosas.
Frecuentador de bares en donde se enrolaban voluntarios de guerras coloniales, hombres de armas
que sometían a pueblos jóvenes e incultos que creían luchar por su libertad y sólo conseguían una
ligera fluctuación en las bulliciosas salas de la Bolsa.
Le faltaba un brazo y hablaba correctamente cinco idiomas. Olía a esas plantas dulceamargas de la
selva que, cuando se cortan, esparcen un aroma de herida vegetal.
Al llegar no habló con nadie. Fue a refugiarse en un cuarto de los patios interiores. Allí descargó
ruidosamente su mochila de soldado, ordenó sus pertenencias, según un orden muy personal,
alrededor de su saco de dormir, prendió su pipa y se puso a fumar en silencio. Pasados algunos días
alguien le descubrió, mientras se bañaba en el río, un tatuaje debajo de la axila derecha con un
numero y un sexo de mujer cuidadosamente dibujado. Todos le temían con excepción del dueño, a
quien le era indiferente, y del fraile que sentía por él una cierta adusta simpatía. Sus maneras eran
bruscas, exactas, medidas y en cierta forma un tanto caballerescas y pasadas de moda.
Desde cuando llegó le fueron confiadas ciertas tareas que suponían una labor de control sobre las
entradas y salidas de los demás habitantes de la mansión. Todas las llaves de cuartos, cuadras e
instalaciones de beneficio estaban a su cuidado. A él había que acudir cada vez que se necesitaba una
herramienta o había que sacar los frutos a vender. Nunca se supo que negara a nadie lo que le solicitaba, pero nadie tomaba algo sin comunicárselo a él, ni siquiera el dueño. De su brazo ausente, de
cierta manera rígida de volver a mirar cuando se le hablaba y del timbre de su voz emanaban una
autoridad y una fuerza indiscutibles.
En el desenlace de los acontecimientos se mantuvo al margen y nadie supo si participó en alguna
forma en los preliminares de la tragedia. Se llamaba Paúl y él mismo solía lavar la ropa a la orilla del
río con un aire de resignación y una habilidad adquirida con la costumbre, que hubieran enternecido a
cualquier mujer. Sus largos ratos de ocio los pasaba tocando en la armónica aires militares. Era
incómodo verlo con una sola mano y ayudándose con el muñón arrancar aires marciales al precario
instrumento.
El dueño
Si alguien hubiera indicado la obesidad como uno de sus atributos, nadie habría recordado si ésta era
una de sus características. Era más bien colosal, había en él algo flojo y al mismo tiempo blando sin
ser grasoso, como si se alimentara con substancias por entero ajenas a la habitual comida de los
hombres.
Decía haber adquirido la mansión por herencia de su madre, pero luego se supo que había caído en
sus manos por virtud de ciertas maquinaciones legales de cuya rectitud era arriesgado dar fe. Se
llamaba Graciliano, pero todos lo conocían por Don Graci. En su juventud había sido pederasta de
cierta nombradía y en varias ocasiones fue expulsado de los cines y ...
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