Hay muertes que cuando ocurren se llevan pedazos del alma y dejan un profundo dolor, más cuando son producto de un crimen y los criminales gozan de impunidad. De ésas fueron las que el 22 dediciembre de 1997 enlutaron la comunidad de Acteal, municipio de Chenalhó, Chiapas, donde alrededor de medio centenar de indígenas fueron acribillados cobardemente y otros tantos resultaron heridos mientrasrezaban por la paz. Las huellas de este miserable crimen son tan profundas que los criminales no pudieron ocultarlas. El mismo Ernesto Zedillo, entonces presidente de la República, se vio obligado areconocerlo. “La violencia es, por definición, un acto criminal, y eso fue lo que ocurrió el día de ayer en Acteal. Tan cruel, absurdo, inaceptable acto criminal que sólo puede tener como respuesta laaplicación más firme y severa de la justicia”, dijo en un mensaje público dirigido a la nación, un día después de la masacre. Claro, no pensaba reconocer que se trataba de un crimen de Estado y así loseñalaron sus secretarios de Relaciones Exteriores y de Gobernación, José Ángel Gurría y Emilio Chauyfett, quienes calificaron de intervencionistas las protestas internacionales tras la matanza, altiempo que expresaron que “ni por omisión podía involucrarse al gobierno en este crimen”, extendiendo a priori un certificado de impunidad a favor de los asesinos.
Sus palabras no pudieron evitar quela gente entendiera que la matanza de Acteal fue un crimen de Estado, un delito de genocidio, según lo prescribe la Convención de las Naciones Unidas para la Prevención y Sanción de ese delito que lotipifica como “cualquiera de los actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso; incluyendo la matanza de miembros del grupo; lalesión grave a la integridad física o mental de los sus miembros del grupo; y el sometimiento intencional a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial;...
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