la miki simi

Páginas: 20 (4798 palabras) Publicado: 2 de abril de 2014
Sitio sin alma, gente sin ángel, tierra sin agua, sol sin calor, Uyuni fue siempre el pueblo más desventurado de Bolivia. En nuestros años mozos, mirado al través de los espejismos del inmenso salar que lo circunda, lo era, por cierto, menos. El clima, el aislamiento, la altura (cerca de 4.000 metros) no lo destinaban, por cierto, a ser capital de una provincia. Cárcel sin muralla, transformabapaulatinamente a sus habitantes, en cautivos. Por más fervorosa que fuera, toda esperanza se perdía en la oquedad de la llanura. Ultima valla -infranqueable-: la cordillera.
Tocadas de zinc acanalado, como luciendo sombreros de plata, casuchas pintarrajeadas, se agazapaban a la vera de calles sin rumbo. No brindaban al transeúnte ni hospitalidad, ni sombra, ni amparo. En verdad, Uyuni no era niun pueblo ni una aldea. Apenas un conglomerado de tierra, de sol, un esbozo urbano sometido al vaivén de los vientos. Dueños y señores del paisaje. Éstos salmodiaban, día y noche, el monótono lamento de la puna.(1).
Algunas firmas comerciales, en su mayoría europea o american/as, surtían de mercancías a las minas del vecindario: Huanchaca. Toldos. Cobrizos, La Mesa de Plata. Los muchachos,ansiosos. acudían allí en pos de la ocasión propicia para dar de sí. La faena era dura. Empezaba con el sol y, a la noche cerrada, véanse aún en las oficinas, cabezas inclinadas debajo de la pantalla verdosa de los quinqués. La semana de sesenta horas era aceptada por todos, sin' esfuerzo. Nadie hablaba de vacaciones. ¿Dónde ir? El mar distaba dos mil kilómetros y Oruro. la ciudad, seiscientos. Eltrabajo, al ocupar las manos, servía de distracción y, para los más sensibles, de consuelo. Señoriítos de casa grande, venidos a menos, mestizos de piel verdusca, brotes del terruño, cateadores, contrabandistas, gringos aventureros sin Dios ni ley, dispuestos a jugarse el todo por el todo, formaban un confuso rebaño sin pastor. ¿Ambiciosos? ¡Sí! ¿Ilusos? Tal vez. ¿Rebeldes? ¡Todos! ¿Resignados?¡Ninguno! Úyuni era el gran nivelador. Como las asperezas de la pampa, ocultas por un manto de arena, en su seno desaparecían las diferencias raciales y sociales. Más indiferente que descreída, de escasa cultura, allí sólo existía una clase desamparada para quien! la corazonada era la única forma plausible del milagro. Poquísimos ancianos. No resistían ni el clima ni el desengaño. Una excepción;: don JuanCastilla, fundador del pueblo y su alcalde vitalicio. Según aquel gallego de recio temple, sesentón feo y alegre, minero pertinaz, la suerte obedecía a una regla fundamental: la audacia unida al temor de Dios. Solía añadir, confidencialmente, al oído de sus íntimos: castidad y templanza. Como se le quería y se le respetaba, nadie lo tachaba de ridículo ni de chocho. Su longevidad era ejecutoria deprestigio. Y, tal vez, de buena estrella.
En medio de aquella brega cotidiana, nosotros, los menores, formábamos un equipo, y a la vez, un comando, listo para acometer. Poseíamos un talismán efímero pero certero: nuestros veinte años. Nos ligaba los unos a los otros una extraña solidaridad, la que, frente al banquero, une a los jugadores congregados alrededor de una mesa de bacará. El banquerose llamaba destino y los jugadores: inexperiencia, prisa, ambición, desprecio del peligro. Una sola incógnita ¡la suerte!.
Joaquín Ávila llegó un día, de Cochabamba, para ocupar un puesto de responsabilidad en la Aduana Nacional. Su distinción, sus modales suaves, su elegancia y una espontaneidad mal contenida de niño, tanto en el ademán como en la palabra, le conquistaron muy pronto nuestrasimpatía.
No pasó mucho tiempo sin que se hubiera incorporado todo a nuestra existencia, es decir, a nuestra lucha. Después de cenar, nos reuníamos en el único hotel del pueblo; allí, alrededor de una estufa de kerosén, charlábamos de mujeres, de política, o de alguna veta metálica hallada en la cordillera, noticia que descubría siempre los colmillos de la envidia. Los films, entonces mudos, no nos...
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