La muerte mientras tanto
Ignacio Martínez de Pisón
1. El apartamento que habían alquilado no era bonito ni espacioso pero estaba en primera línea de playa. Desde la pequeña terraza sólo se veía la línea de farolas de paseo, la amplia franja de arena y un Mediterráneo adormecido que, en días nublados como aquél, apenas sí podía deslindarse de casi uniforme gris del cielo. Era la últimaquincena de septiembre y ni en el aparcamiento se veían coches ni en la playa personas. Clara se asomó a la ventana del dormitorio y comprobó que todas las persianas de los apartamentos cercanos estaban bajadas; ya no quedaba ningún veraneante en la urbanización. No se oía otra cosa que el sordo rumor de las olas y el sonido de sus pasos o sus voces. Pablo le envió una sonrisa desde la terraza: “Somoslos reyes del silencio; sólo con el mar compartimos el privilegio de romperlo”.
2. A veces Pablo hablaba tal como Clara creía que debían hacerlo los poetas: si a ella se le hubiera ocurrido esa misma reflexión, habría sido incapaz de expresarla de un modo tan hermoso. Pensaba, de hecho, que Pablo podía llegar a ser un gran escritor, aunque ni siquiera estaba segura de que en alguna ocasiónhubiera intentado escribir algo. Se conocían desde hacía un par de meses pero, en cierto sentido, era como si acabaran de conocerse, porque Pablo seguía pareciéndole igual de enigmático que el primer día. Tal vez fuera eso lo que le gustaba de él, esa manera de ser, de hablar de sí mismo sin acabar nunca de descubrirse, como quien habla de otra persona, de alguien cercano pero diferente, de unallegado con el que hubiera convivido durante mucho tiempo y cuya vida pudiera relatar con profusión de detalles.
3. Pablo había trabajado de camarero y de profesor, y ahora se dedicaba a la traducción. Si estaban allí, en aquella urbanización solitaria, era precisamente porque le habían hecho un encargo urgente, una traducción que debía ser entregada a primeros de octubre, y porque sólo en un lugarasí se sentía capaz de acabarla en el plazo convenido. En un lugar como ése, sin vecinos, ni ruidos de coches, ni bares, ni televisión. Clara le había preguntado si podía ir con él y asegurado que no le distraería. Pablo no se había negado: ése era su modo de afirmar. Para ella, esos quince días iban a ser de reposo, tranquilidad, de largos paseos por la orilla, de sosegadas lecturas sobre laarena. Albergaba además un objetivo no declarado, el de conocer más profundamente a Pablo, desentrañar al menos parte de su enigma.
4. Aquella misma noche averiguó un detalle que tal vez podía haber presentido. Pablo padecía frecuentes insomnios. Le oyó levantarse de la cama a eso de las dos y pasear por la casa fumando, exhalando largas bocanadas como suspiros. Luego vio encenderse la lejanarefulgencia del ordenador, que habían instalado después de la cena en el cuarto de estar, y pensó que quizás ésa fuera su ventaja, esas horas de insomnio en que sólo la reflexión era posible.
5. Por la mañana Pablo seguía sentado ante su teclado, su monitor y sus diccionarios. Clara le dio los buenos días con un beso en la nuca, preparó el desayuno en la terraza. Él estaba agotado pero contento,había trabajado mucho durante la noche. Se tomó un vaso de lecho fría y se metió en la cama para tratar de conciliar el sueño.
6. La cocina parecía bastante limpia, pero Clara era aprensiva y la idea de que aquellos platos, cubiertos y cacharros hubieran sido utilizados por personas desconocidas le inspiraba cierto recelo. Separó y lavó a conciencia todo lo que creía que iban a necesitar, frotó conenergía la bandeja del horno y los fogones hasta eliminar todo resto de grasa y se dispuso a barrer y fregar los suelos. En el armario de las escobas encontró dos cañas de pescar que algún inquilino anterior había dejado por inservibles. Las colocó sobre la mesa de la sala con una nota que decía: ¡SORPRESA!
7. Les habían dicho que, en aquella época del año, las tiendas de comestibles de...
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