La Mujer Que Llora Zoe Valdes
Dora Maar y su apasionante
relación con Picasso en el París
bohemio de los años treinta. Una
escritora prepara una novela sobre
la vida de Dora Maar, una de las
artistas con mayor talento del
surrealismo hasta que su vida se
cruzó con la de Pablo Ruiz Picasso.
Amante, musa y, finalmente,
víctima del artista, Dora emprende
un viaje a Venecia que marcará un
punto deinflexión en su vida. A su
regreso a París, se retirará del
mundo,
encerrándose
en
su
apartamento para siempre. Cuando
se cumplen cuarenta años de la
muerte del genio malagueño, Zoé
Valdés se adentra en el alma de
una mujer que fue capaz de todo
por amor, y nos regala una vívida y
emocionante novela sobre la pasión
llevada al límite.
Zoé Valdés
La mujer que
llora
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niorock 1.7.15Título original: La mujer que llora
Zoé Valdés, 2013
Editor digital: niorock
ePub base r1.2
A Dora Maar, James Lord y
Ramón Unzueta, in memóriam.
A Bernard Minoret y Ana
Datri.
A Marcela Rossiter.
Camino sola por un vasto
paisaje.
Hace buen tiempo. Pero no
hace sol.
No hay hora.
Desde hace mucho tiempo,
ningún amigo, ningún transeúnte.
Camino sola. Hablo sola.
Je n’ai
pas
été
la
«maitresse» dePicasso, IL fut
mon «maître[1]».
DORA MAAR.
Dora quería pasar a la historia
sin necesidad de palabras.
JAMES LORD.
Parte I
Los ardientes pensamientos
Bernard. París, 2007
Observaba desde la terraza el
tránsito de los automóviles, mi mirada
descendió hacia el banco del bulevar
Bourdon, donde una pareja de jóvenes
se besaba; probablemente el mismo
banco en el que Bouvard y Pécuchet
conversaron, bajoun calor de treinta y
siete grados, en la novela de Gustave
Flaubert. No hay nada más placentero y
hechizante que deleitarse observando
los besos que se dan los jóvenes en
París: besos de tornillo, de pura lengua;
Robert Doisneau supo retratar el beso
parisino como nadie.
Me retiré de la ventana y atravesé el
salón en dirección a la otra ala de la
estancia. La vida de una mujer es una
eternaletanía; cuando esa letanía cesa,
se detiene el deseo y se inicia la
temporada
de
los
ardientes
pensamientos. Entonces comienza la
época en que el cuerpo se enfría, y la
fiebre se apodera salvajemente de la
psiquis. Esto no quiere decir que se haya
terminado la vida, sólo se detiene, para
volver a echar a andar violenta y
estrepitosamente hacia esa nueva
infancia que, adormilada, nos espera con
lamuerte.
Había parado de llover hacía dos
horas, y una vez que salió el sol, abrí los
pulmones, respiré hondo y le di la
bienvenida a la primavera a través del
gran ventanal que encuadra en un
rectángulo cinematográfico el jardín del
patio.
Bernard me estaba esperando en su
casa de la calle Beaune, en SaintGermain-des-Prés. Estrené un vestido
ligero, quizá demasiado ligero. «En
avril, ne tedécouvre pas d’un fil», dice
el refrán, «en abril no te quites ni un
hilo», lo que significa que en este mes
no hay que desabrigarse, el frío podría
ser traicionero, podría regresar de
golpe, y tendríamos asegurado el riesgo
de caer enfermos. Pero no me apetecía
ponerme un abrigo, ni tampoco un
impermeable, ni siquiera una chaqueta.
¡Ay!, cuánto añoraba el verano, y debido
a esa pueril añoranza optépor vestirme
como si ya estuviésemos en verano y
gozáramos del calor soporífero y seco
de París.
La primavera, ¡por fin había llegado
la primavera, tras un largo y tortuoso
invierno! Atrás quedaba la nieve
amontonada en las aceras, las calles
enfangadas. De todos modos, cubrí mi
cuerpo con un impermeable de cuero
negro, un cuero fino de cordero, por si
acaso.
No
deseaba
hacer
esperar
demasiado aBernard, ésa iba a ser la
segunda vez que lo vería.
Nos conocimos en diciembre, antes
de las Navidades; fuimos presentados en
un cine, cuando la película hacía ya
algunos minutos que había empezado.
Sólo pudimos intercambiar algunas
frases amables en medio de la
penumbra, pues no queríamos molestar
al vecino de butaca. Era el estreno del
film de un amigo suyo, con esa actriz
que me gustaba...
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