La Noche Ajena

Páginas: 13 (3079 palabras) Publicado: 16 de febrero de 2014
La noche ajena
Enrique Serna

Nuestra esclavitud se fundaba en una idea piadosa. Papá creía que la infelicidad nace del contraste con el bien ajeno, y para evitarle a mi hermano Arturo, ciego de nacimiento, la noche moral de las comparaciones, decidió crear en torno suyo una penumbra artificial, un apacible caparazón de mentiras. Mientras ignorara su desventaja y creyera que la oscuridadformaba parte de la condición humana, sería inmune a las amarguras de la ceguera consciente. Como todas las ideas funestas, la de mi padre tenía el respaldo intelectual de un clásico. Se le ocurrió leyendo a Montaigne: “Los ciegos de nacimiento —dice en alguna parte de Los ensayos— saben por nosotros que carecen de algo deseable, algo a lo que llaman bien, mas no por ello saben qué es, ni podríanconcebirlo sin nuestra ayuda”. De ahí se desprendía que si Arturo no lograba concebir el don de la vista por falta de noticias visuales, tampoco lloraría la carencia del bien.

Su experimento involucró a toda la familia en una obstinada tarea de falsificación. Desde que Arturo empezó a tener conciencia de sus actos, nos impuso en el trato con él un lenguaje anochecido en el que los colores, losverbos cómplices del ojo, los calificativos ligados a la visión y hasta los demostrativos eran palabras tabú. No podíamos decir verde o blanco, tampoco éste o aquél, ni referirnos a otras cualidades físicas o estéticas que no fueran perceptibles por medio del tacto, el oído, el olfato o el gusto. La cortina verbal nos obligaba a realizar complejos malabarismos de estilo: un simple “estoy aquí”requería del más detallado emplazamiento geográfico (estoy a cuatro pasos de tu cama, entre la puerta y el clóset), el atardecer era un enfriamiento del día, la noche conservó su nombre, pero convertido en sinónimo del sueño, lo que nos impedía mencionar actividades nocturnas, y para no entrar en explicaciones delatoras sobre la función de las ventanas, preferimos llamarlas “paredes de vidrio”. Todocon tal de que Arturo no conociera la luz de oídas.

Sintiéndose culpable por haber engendrado a un ciego, mi padre aplacaba sus remordimientos con el sacrificio de engañarlo. Para él y para mamá la comedia era una especie de penitencia: estaban reparando el daño que le hicieron trayéndolo al mundo.

Yo no me sentía culpable de nada, pero colaboraba en la tarea de ilusionismo por un equívocosentido del deber, aceptando el oprobio como parte de mi destino. Lo de menos era observar (utilizo el verbo como desahogo) las minuciosas precauciones lingüísticas: el diario entrenamiento me acostumbró a ennegrecer la conversación hasta el punto de tener dificultades para colorearla fuera del calabozo doméstico. Lo más injusto y desesperante, lo que a la postre me condujo a la rebelión y alodio, fue tener que pasar por ciego en todos los órdenes de la vida. Crecí arrinconado en una cámara oscura, temeroso de cometer un descuido fatal en presencia de Arturo. Fui su lazarillo, peor aún, pues un lazarillo sabe por dónde anda, y yo debía caminar a tientas, perder el rumbo, chocar de vez en cuando con los muebles de la casa para no inquietarlo con mi excesiva destreza de movimientos.Entre los siete y 14 años tomé clases con maestros particulares, porque de haber ido a la escuela también Arturo hubiera querido hacerlo, y no se le podía negar el capricho sin darle indicios de suhandicap incurable. Para colmo tuve que aprender Braille, pues Arturo tenía ojos en las yemas de los dedos y me hubiera creído analfabeto si no descifraba las novelas de Verne y Salgari que papá seafanaba en traducir a nuestro dialecto incoloro, ensombreciendo paisajes y mutilando aventuras. Añádase a esto, para completar el cuadro de una infancia martirizada, el yugo de no escuchar sino música instrumental, la prohibición de ver tele, el impedimento de llevar amigos a la casa, la vergüenza de fingir que yo también necesitaba un perro guía para salir a la calle.

Mis protestas, moderadas al...
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