la novela
Sebastián Hernández
Hace ya unos días atrás, ya había empezado a leer la novela. El la abandono por un urgente compromiso, la abrió de nuevo cuando iba en avión deregreso a la finca; leía lentamente, por la interesante trama y por el dibujo de los personajes. Esa tarde, al terminar de escribir una carta para su esposa y discutir con su hijo una cuestión, en latranquilidad del estudio, que miraba hacia el parque de los robles volvió al libro. Sentado en su sillón favorito, dándole la espalda a la puerta, la cual lo hubiera molestado con un irritante rechinidoal abrirse, acariciando una y otra vez el terciopelo del sillón y se puso a concluir los últimos capítulos de la novela. El no Asia esfuerzo alguno tratando de memorizar los nombres e imágenes de lospersonajes que la protagonizaban; la novelesca ilusión le gano casi enseguida. Adoraba el perverso placer de ir terminando línea por línea de su alrededor, y sentir descansar plenamente su cabeza enel respaldo, sentir el sabor de los chocolates. Más allá de la casa el aire se remolineaba bajo los robles al atardecer. Palabra a palabra, dejándose llevar hacia las imágenes que se concentraban enuna mujer, recelosa: en ese instante llegaba el novio con moretones y sangre en el cuerpo debido a una pelea callejera, la novia le limpiaba la sangre y al terminar le dio un beso, pero rechazaba lascaricias, no avía vuelto para repetir la ceremonia de un noviazgo en secreto, protegido por una amplia habitación con paredes de cemento. La sangre corría por su cuerpo nuevamente por su cara y pecho ydebajo latía la libertad. Un dialogo inesperado estaba en las páginas como una inmensa roca que evitaba el paso, por lo cual se sentía que siempre estuvo decidido. Hasta aquellas carisias queenvolvían al novio con intención de retenerlo, lo dibujaban a el golpeado, sangrando y parado recto con la cara en alto. Nada se había olvidada: peleas, golpes, ataques sin sentido y errores. Apartar de...
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