La Ofrenda De Mi Abuela
Alfonso Cerdenares Domínguez.
Cada 1º de noviembre, desde temprano, mi abuela nos mandaba al campo a cortar flores silvestres, preferentemente las de pericón; unas flores conformada por decenas de florecillas, sean amarillas, anaranjadas, blancas o violetas, aunque éstas últimas no eran muy del agrado de la jefa familiar, puesto que su olor no era muy agradable quedigamos.
La ida al campo, a la recolección de flores, la aprovechábamos para recolectar algunos magueyitos y hasta “gallitos”, plantas injertadas en los árboles de cazahuate que con el paso del tiempo dan una especie de espiga para diseminar sus semillas y poderse expandir.
Esas plantas, las utilizarían nuestras madres para adornar los nacimientos que instalaban durante el mes de diciembre, paraesperar la llegada del Niño Dios, las posadas, las piñatas y “nosécuántas” cosas más que la gente aún sigue festejando.
Durante los últimos días del mes de octubre, sobre la barranca y los caminos que transitábamos por el campo, aparecían cientos de maripositas pequeñas, de colores, que, las más de las veces, se posaban sobre el excremento de los jumentos y que se alborotaban cuando uno pasabasobre el camino.
Algunas no cumplían su cometido y morían en el intento; de ahí que había decenas de cadáveres o de palomitas muriendo a la vera del camino.
Mi abuela decía que esas maripositas eran las almas de los muertitos que ya se aproximaban cada quien a los hogares donde nacieron o convivieron mientras estaban con vida y las maripositas que morían, era porque ya les tocaba volver a nacer,pero nadie de ellas se acuerda de lo que fue en su vida anterior o cuando anduvieron de aquí para allá convertidos en mariposa.
Mi abuelo cortaba cuatro carrizos largos, los ataba como formando un cubo y lo instalaba en las cuatro esquinas de la mesa que servía como soporte para el altar.
Ahí, mi abuela colgaba los muñecos de pan de azúcar pintada de colores, gallos y “noséqué” tantas figurasmás, hechas por mis tías con harina de trigo que cocían en el horno de leña, instalado a un costado de la Casa Grande.
La ofrenda, mi abuela la colocaba en la sala principal de la casa. Los niños ayudábamos a colocar el caminito para que las almas de nuestros difuntos no se perdieran y llegaran a disfrutar las exquisitas viandas que salían de la cocina que dirigía la señora de la casa.
El día 31 deoctubre, mi abuela cocinaba atole de arroz, tamales de dulce, de queso y de pasas con manteca. Ella decía que era para los hijos de sus hijos que murieron antes de cumplir los diez años; cuando una de mis tías tuvo un niño que nació muerto, mi abuela comenzó a colocar una mamila llena de leche, la cual cambiaba durante los siguientes dos días.
Por la tarde, mandaba a mi prima Susana a comprarcarbón en un sitio que todos conocíamos como “Las carboneras”, por donde ahora se ingresa a la Biblioteca Pública Central, sitio que estaba lleno de ceniza que blanquecía la calle 5 de Febrero, a unas cuantas cuadras del zócalo de Chilpancingo.
–No te tardes –le decía y ella bajaba por 16 de Septiembre para comprar cincuenta centavos de carbón y veinticinco de copal; con eso “sahumaba” poco antes delas siete de la noche, para aromatizar la llegada de los niños no nacidos vivos.
Sin embargo, mi abuela comenzaba a comprar las cosas para su ofrenda desde temprano, cuando acompañaba a sus nietos a la escuela; entonces se dejaba llegar hasta el mercado, en ese tiempo situado en el centro de la ciudad, donde compraba velas, pan, flores y cadenas de cempasúchil, así como papel crepé o de china,con las que mis primas hacían algunas calaveritas que solían colgar en las cuatro esquinas del cubo de carrizo hecho por mi abuelo.
Por la tarde, mandaba a cualquiera de nosotros a bendecir agua a la iglesia cercana, preferentemente a la de San Mateo y, si esto no era posible, nos íbamos hasta San Antonio, aunque tuviéramos que cruzar el puente hecho con dos enormes tubos de asbesto que...
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