La Parabola Del Joven Tuerto

Páginas: 6 (1473 palabras) Publicado: 11 de noviembre de 2012
“Y viví feliz largos años.” Tantos, como aquellos en que la gente no puso reparos en su falla. Yo mismo no había concedido mayor importancia a la oscuridad que me había arrebatado media visión. Desde pequeñuelo se me advirtió el defecto, pero con una filosófica resignación yo dije: “Teniendo uno bueno, el otro resultaba un lujo.” Y fue así como me impuse el deber de no molestarme a mí mismo, algrado de que llegue a suponer que todos veían con la propia misericordia mi tacha; porque “teniendo uno bueno…”.
Mas llegue un día infausto; fue ahí donde se me ocurrió pasar frente a la escuela, en el preciso momento en que los muchachos salían. Llevaba mi cara alta y el paso garboso, en una mano la cesta desbordante de frutas, verduras y legumbres destinadas a la vieja clientela.
“ahí va eltuerto”, dijeron a mis espaldas con una vocecita tipluda.
La frase rodó en medio del silencio. No hubo comentarios, ni risas, ni algarada… Era que acababa de hacerse un descubrimiento.
Si, un descubrimiento que a mí mismo me había sorprendido.
“ahí va el tuerto”… “”el tuerto”… “tuerto”, masculló durante todo el tiempo que tardo su recorrido de puerta en puerta dejando sus “entregas”.
Tuerto, síseñor, acabe por aceptarlo; en el fondo del espejo, mis manos temblorosas, la impar pupila se clavaba sobre un cumulo que se imponía entre el sol y yo…
Sin embargo, bien podría ser que nadie diera valor al hallazgo del indiscreto escolar… ¡Andaban tantos tuertos por el mundo! Ocurriéndoseme entonces –imprudente- poner a prueba tan optimista suposición.
Así lo hice.
Pero cuando pase frente a laescuela, un peso terrible me hizo bajar la cara y abatir el garbo del paso. Evite un encuentro entre mi ojo huérfano y los múltiples y burlones que me seguían tras de la cuchufleta: “Adiós, media luz.”
Detuve la marcha y por primera vez mire cómo ven los tuertos: era la multitud infantil una mácula brillante en medio de la calle, algo sin perfiles, ni relieves, ni volumen. Entonces las risas y lasburlas llegaron a mis oídos con acentos nuevos: empezaba a oír, como oyen los tuertos.
Desde entonces la vida se me hizo ingrata.
Los escolares dejaron el aula porque habían llegado las vacaciones; la muchachada se dispersó por el pueblo.
Para mí la zona peligrosa se había diluido; ahora era como un manchón de aceite que se extendía por todas las calles, por todas las plazas… Ya el expedientede rehuir mi paso por el portón del colegio no tenía valimiento: la desazón me salía al paso, desenfrenada, agresiva. Era la parvada de rapaces que a coro me gritaban:
Uno, dos, tres,
Tuerto es…
O era el mocoso que tras del parapeto de una esquina lo increpaba:
“eh, tú, prende el otro farol…”
Mis reacciones fueron evolucionando: el estupor se hizo pesar, el pesar, vergüenza y la vergüenzarabia, porque la broma la sentía como injuria y la gresca como provocación.
Con mi estado de ánimo mudaron también mis actitudes, pero sin perder aquel aspecto ridículo, aquel aire cómico que tanto gustaba a los muchachos:
Uno, dos, tres
Tuerto es…
Y yo ya no lloraba; me mordía los labios, barreaba, maldecía y amenazaba con los puños apretados.
Mas la cantaleta era tozuda y la voluntad caía enresultados funestos.
Un día eché mano de piedras y las lance una a una con endemoniada puntería contra la valla de muchachos que me cerraban el paso; la pandilla se dispersó entre carcajadas. Un nuevo mote salió en esta ocasión:
“Ojo de tirador”.
Desde entonces no hubo distracción mejor para la caterva que provocarme.
Claro que había que buscar remedio a los males. Mi madre amanterecurrió a la terapéutica de todas las comadres: cocimientos de renuevos de mezquite: lavatorios con agua de malva, cataplasmas de vinagre aromático.
Pero la porfía no encontraba dique:
Uno, dos, tres,
Tuerto es…
Me pesco por una oreja y, trémulo de sañas, me apretó el cogote, hasta hacerme escupir la lengua. Estábamos en las orillas del pueblo, sin testigos; ahí pudo erigir la venganza, que ya...
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