La Pierna De Severina
Quince años hacía que Severina se movía apenas de aquel rincón de la pieza detrás de la reja. Sentada en su silla baja, que sólo abandonaba para, apoyada en una muleta lustrosa por el uso, cumplir con los quehaceres más urgentes, trabajaba todo el tiempo en su ñanduti; porque había que vivir, y daba órdenes a la señora que hacía la magra cocina, lavaba y cambiaba a lavieja tía. Apenas salía a la calle. A misa, los sábados anochecidos a confesarse; los domingos muy de mañana a misa, para que nadie la viese así, bandeándose sobre la muleta.
Y, sin embargo, Severina abrigaba ya, desde antes de lo de la pierna, en lo hondo de su corazón, un royente deseo. Quería ser Hija de María. Habíalo deseado con todo el corazón desde pequeña cuando veía a las otras chicas unpoco mayores ir y venir desde la iglesia, pasar horas en la sacristía, salir con sus velos blancos en todas las procesiones.
-No has hecho aún la primera comunión. Cuando la hagas, ya veremos.
Severina era, para todo menos para el ñandutí, un poco lerda. Se había retrasado para leer y para aprender el catecismo. Iba a hacer la primea comunión a los once años, cuando la carreta le aplastó lapierna y hubo que cortársela. Cuando quedó sin pierna, naturalmente no hubo caso. Pues una Hija de María que no va a la procesión, que no puede trafaguear arriba y debajo de sillas y escaleras, no es eficaz. El viejo señor cura se lo había hecho entender así. Y Severina, sintiendo que el alma se le desmigajaba, había callado. Pero era un renunciamiento que había de renovar todos los días, puesnunca había logrado resignarse de una vez por siempre. Oh, no, nunca se resignaría. Al contrario. A medida que el tiempo pasaba se convencía más y más de que ella había nacido para ser Hija de María y que si no llegaba a serlo, su vida no tenía objeto.
Pero aquella pierna que le faltaba, ¡Dios mío!
Desde su pieza en la casa antigua (cuyos corredores daban a la iglesia en mitad de la ancha ydesnuda plaza) y en uno de cuyos trascuartos se consumía lentamente sin una queja la anciana tía, Severina miraba ir y venir a las Hijas de María, salir y entrar en la iglesia. Siempre tenían algo que hacer. Que adornar los altares. Que poner flores frescas. Que lustrar los candeleros para tal cual fiesta patronal. Que cambiar y planchar las ropas del altar y cepillar el manto de la Virgen. Y elcorazón se le apretaba en una inmensa congoja. Cuando un día al asomarse a su espejo -un espejo tamaño como la palma de la mano y lleno de ojuelos- se vio las primeras arrugas, lloró acongojada. No por la pérdida prematura de su juventud y su alegría -tenía sólo veintiséis años- sino porque comprendió que era ya demasiado vieja para ser Hija de María.
Por entonces murió de puro anciano el párroco,Paí Eduardo, tan bueno él; y vino Paí Ranulfo. Más joven, un hombre lleno de vida; y qué decidido era. Las Hijas de María lamentaban no tener más pecados que confesar, para ir dos veces a la semana a hincarse de rodillas ante él, en vez de una. Severina no dejó de ir a contarle sus cuitas. Y cuando con los ojos llorosos dijo que ya era demasiado vieja para ser Hija de María, Paí Ranulfo laconsoló.
-Nuestra Señora no mira la edad, Severina. Mira sólo las virtudes... Tú mereces ser su hija... Pero esa pierna, esa pierna... Una Hija de María con la muleta a cuestas en las procesiones no puede ser. Y luego, para el trabajo... No, no es posible.
Y le repetía algo que ya le había dicho Paí Eduardo alguna vez.
-Pero si de veras querés tanto a la Virgen... pues podrías hacer algo, aunqueno seas Hija de María, lo mismo vale. Por ejemplo, mirá, el mantel del altar ya está un poco viejo... Podrías bordar uno nuevo... O adornarlo con encajes. Vos que hacés tan bien el Ñanduti. Severina no contestaba, pero volvía la cabeza frunciendo el ceño cuanto el respeto se lo permitía. Trabajar como Hija de María, sin serlo... Eso sí que no iba a hacer.
Algo de lo que pasaba en el alma de...
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