la rebelion de atlas

Páginas: 88 (21972 palabras) Publicado: 11 de junio de 2014
EL SIGNO DEL DÓLAR
Permaneció sentada junto a la ventanilla del vagón, con la cabeza echada hacia atrás, deseando no tener que volver a moverse jamás. Los postes telegráficos desfilaban veloces al otro lado del cristal, pero el tren parecía perdido en el vacío, entre una franja obscura de pradera y una extensión de sólidas, mohosas y grises nubes. El atardecer estaba desangrando el firmamento,sin la herida de una puesta de sol; parecía más bien el colapso de un cuerpo anémico que gastara sus últimas gotas de sangre y de luz. El tren corría hacia el Oeste, como si también él se viera impulsado a seguir los últimos rayos del sol conforme desaparecían cautelosamente de la tierra. Permanecía sentada, inmóvil, sin deseo alguno de resistir.
Deseaba no escuchar los sonidos de las ruedas, quelatían a un ritmo siempre igual, acentuando cada cuarto golpe; le parecía como si a través del rápido redoble de una inútil desbandada, el ritmo de aquellos golpes acentuados sonara igual a los pasos de un enemigo dispuesto a cumplir un inexorable propósito. No había experimentado nunca semejante sensación de temor a la vista de una pradera, como si los rieles fueran tan sólo un velo frágil,tendido en un vacío inmenso, igual que un nervio gastado y a punto de romperse. Nunca creyó que ella, que siempre se había considerado fuerza motriz a bordo de un tren, pudiera ahora permanecer sentada, deseando, como un niño o un salvaje, que el tren continuara moviéndose, que no se detuviera, que la llevara a aquel lugar con el tiempo preciso. Pero lo deseaba no como un acto de voluntad, sino comouna súplica hacia algo desconocido y tenebroso.
Pensó en la diferencia ejercida por el mes que acababa de transcurrir. La había observado en los rostros de la gente en las estaciones. Los obreros de las vías, los guardagujas, los ferroviarios en general, que siempre la habían saludado a lo largo de la línea, sonriendo jovialmente, jactándose de conocerla, tenían ahora un aire pétreo y volvíanhacia otro lado sus rostros, cansados e inescrutables. Hubiera deseado gritarles: No soy yo quien ha hecho esto con vosotros!» Pero luego recordó que había aceptado todo aquello y que ahora tenían el derecho a aborrecerla. Era esclava y capataz de esclavos a la vez, lo mismo que cualquier otro ser humano en el país. El odio era lo único que los hombres podían ahora sentir.
Durante dos díasexperimentó cierto sentimiento de seguridad a la vista de las ciudades que desfilaban ante su ventanilla; de las fábricas, de los puentes, los anuncios eléctricos, los letreros anunciadores aglomerados en los tejados de las casas; de la atestada, decidida, activa y viviente homogeneidad de aquel Este industrial. Pero las ciudades quedaron atrás. El tren recorría ahora las praderas de Nebraska, y el ruido desus enganches sonaba cual si se estremeciera de frío. Vio formas solitarias que habían sido granjas en medio de terrenos* estériles, en otro tiempo cultivados. El gran estallido de energía en el Este, generaciones atrás, había ido esparciendo brillantes regueros en aquella inmensidad; algunos desaparecieron, pero otros seguían visibles. Le asombró el modo en que las luces de una pequeña ciudadpasaban ante ella, desapareciendo en seguida y dejando tras de sí una obscuridad mayor que la que reinara antes. No se movió para encender la lámpara. Seguía en la misma actitud, contemplando las raras aglomeraciones urbanas que desfilaban ante su vista. Siempre que un rayo de luz eléctrica le daba en la cara, sentía como si alguien le hiciera objeto de un momentáneo saludo.
Vio letreros escritos enlas paredes de modestas estructuras y también en tejados llenos de hollín, en esbeltas chimeneas y en las curvas de grandes depósitos: «Maquinaria Agrícola Reynolds», «Cemento Macey», «Quinlan & Jones, Alfalfa Aglomerada», «Casa de los Colchones Crawford», «Benjamín Wylie —Cereales y Forraje». Palabras levantadas como banderas en la vacía obscuridad del firmamento; inmóviles formas sugeridoras...
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