La Republica
La República
Tomo 2
Extraído de página web:Librodot.com
-¿Entonces, Glaucón, no será necesario, si hemos de evitar que fracase su constitución, que rija constantemente nuestra ciudad un gobernante de tales condiciones?
-Claro que será preciso y más que ninguna otra cosa.
XIX. -Pues ya tenemos ahí las normas generales de la instrucción y educación. En efecto, ¿para quéentretenernos con las danzas de nuestra gente, las cacerías con perros o sin ellos o los concursos gimnásticos e hípicos? Porque resulta casi de todo punto evidente la necesidad de que todo esto se ajuste a las normas de nuestro plan y no será difícil acomodarlo a ellas.
-No -dijo-, probablemente no será difícil.
-Bien -concluí-. Y después de esto, ¿qué tenemos que definir? ¿No hablaremos de cuáles delos ciudadanos han de gobernar o ser gobernados?
-¿Por qué no?
-¿Es, pues, evidente que los gobernantes deben ser más viejos y más jóvenes los gobernados?
-Evidente.
-¿Y que tienen que gobernar los mejores de entre ellos?
-También.
-¿Los mejores labradores no son los mejor dotados para la agricultura?
-Sí.
-Entonces, puesto que los jefes han de ser los mejores de entre los guardianes, ¿nodeberán ser también los más aptos para guardar una ciudad?
-Sí.
-¿No se requerirán, pues, para esta misión personas sensatas, influyentes y que se preocupen además por la comunidad?
-Así es.
-Ahora bien, cada cual suele preocuparse más que por nada por aquello que es objeto de su amor.
-Forzosamente.
-Y lo que uno más ama es aquello para lo cual se tiene por conveniente lo que lo es para unomismo y lo que, si prospera, cree el amante prosperar él también, y si no, lo contrario.
-Cierto -dijo.
-Habrá, pues, que elegir entre todos los guardianes a los hombres que, examinada su conducta a lo largo de toda su vida, nos parezcan más inclinados a ocuparse con todo celo en lo que juzguen útil para la ciudad y que se nieguen en absoluto a realizar aquello que no lo sea.
-Ciertamente, sonlos más apropiados -dijo.
-Creo, pues, que es menester vigilarles en todas las edades de su vida para comprobar si se mantienen siempre en esta convicción y no hay seducción ni violencia capaz de hacerles olvidar y echar por la borda su idea de que es necesario hacer lo que más conveniente resulte para la ciudad.
-Pero ¿qué quieres decir con «echar por la borda»? -preguntó.
-Voy a explicártelo-contesté-. A mí me parece que una opinión puede salir de nuestro espíritu con nuestro asenso o sin él; con él, cuando, siendo falsa, sale uno de su engaño, y sin él, siempre que se trate de una opinión verdadera.
-El primer caso -dijo- lo comprendo bien, pero el segundo necesito que me lo aclares.
-¿Pues qué? ¿No piensas tú también -seguí preguntando- que los hombres son privados de las cosasbuenas involuntariamente y de las malas voluntariamente? ¿Y no es malo el ser engañado con respecto a la verdad y bueno el hallarse en posesión de ella? ¿O es que no crees que pensar que las cosas son como son es poseer la verdad?
-Sí -dijo-. Dices bien y creo que es a pesar suyo como se ven privados los hombres de las opiniones rectas.
-¿Y esto no les ocurre cuando les roban, seducen o fuerzan?-Tampoco esto -dijo- lo entiendo bien.
-Es que me parece que hablo en estilo trágico -aclaré-. Digo que son robados aquellos que son disuadidos o se olvidan, porque a estos últimos les priva de su opinión, sin que lo adviertan, el tiempo, y a los primeros, las palabras. ¿Lo comprendes ahora?
-Sí.
-En cuanto a los forzados, me refiero a aquellos a quienes les hace cambiar de opinión un dolor ouna pena.
-También esto lo entiendo -dijo-. Bien hablas.
-Y, por último, tú mismo podrías decir, creo yo, que los seducidos son quienes cambian de criterio atraídos por el placer e influidos por algún temor.
-Parece, pues -dijo-, que seduce todo cuanto engaña.
XX. -Pues bien, como decía hace un momento, hay que investigar quiénes son los mejores guardianes de la convicción, que en ellos...
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