La Sal De La Vida
Un 24 de diciembre a la tarde mis hermanos y yo nos preparamos para tocar el timbre de mi tía Ofelia. Conducidos por mis padres caminamos por la vereda roja que unía su casa con la de mi abuela, su hermana. La gente que pasaba en bicicleta por la calle nos miraba extrañados. Era muy temprano para vestir las galas de la noche buena. Pero así lo indicaba el rito: ese día debíamossalir antes de la pileta pelopincho. Sin excepción.
Al llegar a la puerta Beatriz tocó el timbre. Le correspondía por ser la ahijada de la anfitriona y lo hacía por única vez en el año. El resto de los 364 días simplemente gritábamos su nombre o aplaudíamos metiendo la cabeza a través de la reja. Siempre mirando hacia el fondo en busca de su permanente rubia y su metro ochenta. Pero tratándosedel saludo previo a la navidad correspondía un llamado formal.
Se escuchó el manojo de llaves. La puerta blanca hizo su ruido habitual y el perfume a rosas nos dio la bienvenida. “Adelante, los estaba esperando”, pronunció mi tía enfundada en metros de gasa estampada y varios centímetros cúbicos de spray. El corazón se nos aceleró luego de un año de espera para ingresar a su living. Martín se sentó inmediatamente en el sillón de pana roja y acarició el apoyabrazos a contrapelo. El color era tan intenso como lo recordaba. Inés aprovechó su velocidad para jugar a ser fantasma envuelta en las cortinas de voile. Beatriz, la más curiosa, inició su interrogatorio habitual preguntando el origen de los adornos que decoraban la chimenea de mármol blanco. Impecable, impoluta, a estrenar;como todo lo que vivía en ese ambiente.
De cuanto atesoraban esos 20 metros cuadrados siempre me impactaron las fotos de los dueños de casa recorriendo el mundo. Una ciudad que flotaba, dos pirámides en medio del desierto, media docena de columnas rotas. Mi tío Fredy con sus Ray Ban y mi tía Ofelia con su tocado intacto. Los únicos en el pueblo capaces de pagar un vuelo internacional portemporada. Para los vecinos del barrio eran como Aristóteles Onassis y Jackie Kennedy.
Los portarretratos comenzaban con un tour a Brasil, continuaban por la gira europea, el recorrido por Medio Oriente y finalizaban con las reiteradas visitas al Caribe. Las últimas tres décadas de los Pérez Esnaola podían resumirse en la docena y media de imágenes que colgaban de las paredes. La primera, tomada enCopacabana, era la más grande. Se veían tan jóvenes. Una malla enteriza y un par de piernas prolijamente cruzadas.
En la Plaza Mayor de Madrid el retrato se limitaba en las rodillas de los protagonistas. Mi tío delgado y mi tía un tanto más robusta. Al llegar a la Acrópolis los observé de la cintura hacia arriba. Los marcos más pequeños eran los últimos. Con hojas de palmeras como escenario y uncoco con dos sorbetes entre sus rostros.
“Vamos, pasemos al comedor que la mesa está lista”, dijo mi tía mientras nos empujaba a salir del living cerrando las puertas plegables. Le rogué un ratito más. Respondió apagando las luces. Mis hermanos y yo nos quedamos parados al lado de la puerta corrediza. Fue en vano porque nuestro cuarto de hora en el santo grial había terminado.
Esa nochecomimos como si fuera la última. Como siempre. Cómo sólo mi familia sabe hacerlo. Martín y Beatriz cayeron dormidos. Inés y yo, en cambio, nos dedicamos a gatear debajo de la mesa. Entonces vi sus pantorrillas discretamente apretadas en un par de medias. Sus carnes fofas disimuladas debajo de su pollera de gasa. La faja que contenía la cintura a punto de erupcionar.
La seguí a escondidas cuando selevantó de la mesa. Salió del comedor y caminó hasta el cuartito del fondo en busca de los duraznos al natural en conserva de la última temporada. Abrió un par de frascos y los volcó en una fuente de cristal traída de Bohemia. Luego tomó un frasco más chico escondido atrás de los tomates. Lo destapó, lo volcó en una compotera aparte y lo roció con un chorro de edulcorante.
Volvió al...
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