La Señora

Páginas: 9 (2172 palabras) Publicado: 1 de agosto de 2012
Hacía ya tres horas que galopaba sin descansar, seguido de mi mozo, por aquel camino que se me hacía interminable. El polvo, un sol de tres de la tarde en todo el rigor de Enero, el mismo sudor que inundaba a mi fatigado caballo, me producían un ansia devoradora de llegar pronto.
Me volví impaciente hacia el muchacho que me acompañaba, diciéndole:
-Pero, al fin, ¿dónde está ese tal don DanielRubio?
-Es allí cerquita, a la vuelta de la alameda -me contestó, haciendo un lento signo con la mano y sin dejar de galopar.
A ambos lados del camino se extendían grandes potreros sin agua, cubiertos de un pastillo blanco que hería la vista, y donde los rayos del sol reverberaban con fuerza. A lo lejos, la enorme mole violácea de los Andes, despojada de sus nieves, emergía con violenta claridadsobre un cielo sin nubes, pálido y brillante.
Y yo, inclinado sobre mi caballo, pensaba con desaliento, que ese viaje se convertía en un verdadero sacrificio.
En aquella época, mi padre, aprovechando mis ocios de vacaciones, ocupábame, de cuando en cuando, en contratarle bueyes para el trabajo de la próxima siembra. Y yo cumplía tales comisiones con placer, porque ellas me permitían emprenderlargas correrías a caballo por los alrededores. Muchos de
estos viajes me proporcionaban la oportunidad de hacer más de una visita bien agradable para mis ilusiones de veinte años. . . Según las informaciones que había tomado la víspera, don Daniel Rubio, a cuyo fundo me dirigía, era soltero, y en su casa nada había que pudiera halagar mis expectativas sentimentales.
De esta certidumbre provenían,tal vez, mi cansancio y mal humor.
A medida que avanzaba, el paisaje principiaba u variar. Añosos álamos y sauces daban sombra al camino, divisaba verduras, chacras, pástales de trébol, animales vacunos, aguas corrientes... De cuando en cuando, tras la alameda, asomaban algunos humeantes ranchos dé inquilinos.
-Ya estamos en lo de Don Daniel -me dijo el mozo.
Y yo me interesaba, contemplandoel buen cultivo de la tierra, la excelencia dé los cierros, mil pequeños detalles que revelaban la vigilancia y el trabajo de una mano avezada a las labores de la agricultura.
-¿Cuántas cuadras tiene el fundo? pregunté al mozo.
-Trescientas cuadras regadas. Principió arrendando, y ahora con su trabajo ha comprado estas tierras -me contestó.
Llegábamos ya al fin de la alameda, y un instantedespués tenia ante mi una reja de madera pintada de blanco, a través de la cual se divisaba una huerta de hortalizas y un edificio, con esa arquitectura sencilla y primitiva, peculiar en nuestras antiguas construcciones campesinas; enorme techo de pajas, bajas murallas, anchos y sombríos corredores.
-Aquí es -me dijo el mozo, y pasando frente a las casas entramos por una ancha puerta, de golpe que dabaa un caminillo bordeado de acacias.
En el fondo de este camino, bajo la sombra de una ramada, al lado de un caballo ensillado, veía se un hombre con la cabeza inclinada, ocupado, al parecer, en arreglar una correa de la brida.
A pesar de los furiosos ladridos de un perro que salió a recibirnos y que mi mozo se esforzaba en espantar, el hombre continuaba afanoso en su trabajó.
-¿Don DanielRubio está en casa? - pregunté con voz fuerte.
El hombre alzó la cabeza, fijó en nosotros una mirada tranquila y me contestó sosegadamente, con cierta reticencia:
-Con él habla.
Quien así me respondía era un individuo alto, musculoso, poderosamente constituido. Representaba de veinte a veinticinco años, y vestía el traje común a nuestros mayordomos de hacienda: pequeña manta listada, chaquetacorta, pantalones bombachos de diablo fuerte, enormes espuelas y sombrero de paja de anchas alas. Su rostro cobrizo, de facciones gruesas y duras, singularizábase por el estrabismo y la inamovilidad de una de sus negras pupilas que parecía cristalizada, mientras la otra tenía un brillo y una vivacidad extraños. Contemplando esta fisonomía, involuntariamente me pasó por la cabeza esta frase vulgar:...
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