La señorita de tacna
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MARIO VARGAS LLOSA
LA SEÑORITA DE TACNA
PIEZA EN DOS ACTOS
a Blanca Varela
PERSONAJES
MAMAÉ
ABUELA CARMEN
ABUELO PEDRO
AGUSTÍN
CÉSAR
AMELIA
BELISARIO
JOAQUÍN
SEÑORA CARLOTA
Anciana centenaria
Su prima. Algo más joven y mejor conservada
Su esposo
Hijo mayor, en la cincuentena
Hijo segundo, algo más joven que su hermano
La hija menor, en sus cuarenta Hijo de Amelia
Oficial chileno, joven y apuesto
Bella y elegante, en sus treinta
PRIMER ACTO
El escenario está a oscuras. Se oye —desasosegada, angustiada, tu multuosa— la voz de la Mamaé. Se ilumina su
cara inmemorial: un haz de arrugas.
MAMAÉ
Los ríos, se salen los ríos... El agua, la espuma, los globitos, la lluvia lo está empapando todo, se vie nen las olas, se está chorreando el mundo, la inunda ción, se pasa el agua, se sale, se escapa. Las catara tas, las burbujas, el diluvio,
los globitos, el río... ¡Ayyy!
El escenario se ilumina del todo. La Mamaé está acurrucada en su viejo sillón y hay un pequeño charco a sus pies.
Belisario se halla sen tado en su mesa de trabajo, escri biendo con furia. Tiene los ojos en candilados y, mientras
el lápiz co rre por el papel, mueve los labios como si se dictara a sí mismo lo que escribe.
AMELIA
(Entrando)
¡Caramba, Mamaé, ya te hiciste pipí otra vez en la sala! ¿Por qué no pides, para llevarte al baño? Cuántas veces se
te ha dicho. ¿Crees que no me da asco? ¡Ya me tienes harta con esas porquerías!
(Huele.)
Espero que no te hayas hecho también otra cosa.
Hace un gesto de fastidio y la Mamaé le responde con una venia sonriente. Casi en el acto, cae ador mecida.
Amelia comienza a secar los orines con un trapo. A medida que Amelia hablaba, Belisario se ha ido distrayendo,
como si una idea súbita, intrusa, hubiera venido a interferir con lo que estaba escri biendo. Levanta el lápiz del
papel, su expresión parece de pronto desa lentada. Habla para sí, al princi pio entre dientes.
BELISARIO
¿Qué vienes a hacer tú en una historia de amor, Mamaé? ¿Qué puede hacer una viejecita que se orinaba y se hacía
la caca en los calzones, y a la que ha bía que acostar, vestir, desvestir, limpiar, porque las manos y los pies ya no le
obedecían, en una historia de amor, Belisario?
(Bruscamente encolerizado, arroja el lápiz al suelo.)
¿Vas a escribir
una historia de amor, o qué? Voy a escribir o qué.
(Se ríe de sí mismo, se deprime.)
El comienzo es siempre lo
peor, lo más difícil, cuando las dudas y la sensación de im potencia son más paralizantes.
(Mira a la Mamaé.)
Cada
vez que comienzo, me siento como tú, Ma maé: un viejo de ochenta, de cien años, y mi cabeza es una olla de
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grillos, como la tuya, cuando eras esa cosa pequeñita, complicada e inútil que daba risa, compasión y algo de susto.
(Se levanta, se acerca a la Mamaé, da vueltas en torno a ella, con el lápiz que ha recogido del suelo entre los
labios.)
Pero tu memoria aún hervía de vida ¿no? ¿Ya habías perdido los dientes? Claro. Y tampoco podías usar la
dentadura postiza que te regalaron el tío Agustín y el tío César, porque te raspaba las encías. ¿Qué vienes a hacer
aquí? ¿Quién te invitó? ¿No te das cuenta que me estorbas?
(Se sonríe y vuelve a su mesa de trabajo, aci cateado
por una nueva idea.)
Mamaé... Mamaé... ¿Alguna vez alguien le dijo Elvira? No, ni la abue la, ni el abuelo, ni mi
mamá, ni mis tíos.
(Se sienta en su mesa de trabajo y comienza a hacer correr el lápiz sobre los papeles, al
principio despacio, luego de manera más fluida?)
La palabra sonaba tan rara a la gente que no era de la familia. ...
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