La Siembra De Ajos--Arturo Uslar Pietri

Páginas: 8 (1989 palabras) Publicado: 7 de junio de 2012
LA SIEMBRA DE AJOS
Arturo Uslar Pietri
En lo oscuro del templo fue encendiendo una a una las diez velas, frente a la imagen imponente cu-bierta de exvotos. La luz amarilla le iluminó la figura sólida. Era un negro joven y recio. Mientras se arro¬dillaba, con el sombrero de paja plegado bajo el bra¬zo, oyó con extrañeza en el silencio crujir la suela de sus alpargatas. Comenzó a rezar con vozdura de cam¬pesino, sin inflexiones, monótonamente. A cada pala¬bra la luz se reflejaba en sus dientes blanquísimos y parejos.
Cuando salió, empezaba a anochecer. Sentía con¬tento de haber cumplido su misión. Había venido a pie, caminando durante tres días para cumplir aque¬lla promesa. Su madre, agonizando en el rancho del conuco, había ofrecido a aquella Virgen milagrosa que si le salvaba lavida, su hijo iría hasta la iglesia de aquel pueblo a rezarle y encenderle diez velas. La mejoría había sido rápida. Al poco tiempo la vieja estaba de nuevo en pie, y el mozo tuvo que salir a cumplir la promesa, con poco bastimento y algún dinero.
Ahora quedaban allí las oraciones rezadas y diez velas encendidas, pero ya no le quedaba dinero para el regreso.
Tenía que buscar algún trabajo de unosdías que le permitiera economizar lo necesario para el viaje.

I

Arturo Uslar-Pietri
No tardó mucho en encontrarlo. Unos peones con quienes trabó conversación en la pulpería lo manda¬ron a la vega del isleño.
Al día siguiente, por el alba, comenzó a trabajar.
A * *
Doblado sobre la tierra aporcaba los surcos con movimientos iguales, la cabeza gacha sacudida por el golpe de laescardilla al extremo de los brazos. A cada golpe una profunda respiración le resbalaba por el negro tórax desnudo. Se veía los pies terrosos y cuar-teados entre la tierra removida que daba olor a sueño y a lluvia.
A ratos se interrumpía, alzaba la cabeza, se secaba el sudor del rostro con el dorso de la mano y apoyado sobre el cabo de la herramienta miraba el paisaje. La vega estrecha, entre colinas,manchada a pedazos de tierra fresca y de verdor de cultivos; más lejos, jun¬to al bosque de samanes que cerraba el fondo, otro peón; más cerca, a la sombra de un mango enorme, frente al establo de las vacas, cruzaba el isleño, amo de la plantación, y junto al establo, en el corredor chato de la casa del amo, veía a la hija mulata con un traje de flores rojas y azules. Pero sobre todo se des¬tacabael verde profundo de la siembra de ajos, con sus juncos lisos, como una laguna.
Se inclinó de nuevo sobre la tierra y volvió a su labor. A cada golpe la respiración profunda le sacu¬día el cuerpo. El sudor corría, goteaba y caía sobre su sombra, deformada en el surco como el contorno de un animal.
Sintió primero una impresión de frescura desde los cabellos hasta las piernas. Era la brisa. A sucon-

La siembra de ajos
tacto se incorporó de nuevo para mirar hacia la siem¬bra de ajos. Los tallos lisos se agitaban suavemente. Abrió la boca hacia la brisa y cerró los ojos esperan¬do. No tardó en llenarse el aire del olor penetrante del ajo. Un frío escozor lo conmovió. Tragó saliva por la garganta reseca. Respiraba, a profundas bocanadas sedientas, el olor áspero y tibio de ajos. Se pasólas manos por el pecho y sintió la piel erizada. Solo en¬tonces abrió de nuevo los ojos y miró hacia el corre¬dor de la casa del isleño. Allá estaba el traje floreado de la mulata. Miraba con fijeza y fuerza como para borrar la distancia. El olor penetraba por todos sus poros y lo inundaba.
Veía e imaginaba lo que no veía. Casi le hablaba y la sentía en el olor de ajos. La temperatura de supiel. «Quemas, mulata.» El moño oscuro que le rema¬taba el pelo, para tirar de él hasta que le abriera la boca carnosa. «Te muerdo, mulata.» Hasta que los brazos de ella lo apretaran, lo apretaran recio para cortarle la respiración. «Huele a ajo mulata.» Hasta que los dos desaparecieran y se consumieran en aquel olor espeso y cálido.
Olía a sudor fresco. Todo el campo era de carne dura sudorosa...
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