La sombra del caudillo

Páginas: 9 (2012 palabras) Publicado: 13 de agosto de 2015
La sombra del caudillo - Martín Luis Guzmán

Rosario
El Cadillac del genero Ignacio Aguirre cruzó los rieles de la calzada de Chapultepec y haciendo un esguince vino a parar junto a la acera, a corta distancia del apeadero de Insurgentes.
Saltó de su sitio, para abrir la portezuela, el ayudante del chofer. Se movieron con el cristal, en reflejos pavonados, trozos del luminoso paisaje urbano deaquellas primeras horas de la tarde– perfiles de casas, árboles de la avenida, azul de cielo cubierto a trechos por cúmulos blancos y grandes…
Y así transcurrieron varios minutos.
En el interior del coche seguían conversando, con la animación característica de los jóvenes políticos de México, el general Ignacio Aguirre, ministro de la Guerra, y su amigo inseparable, insustituible, íntimo: eldiputado Axkaná. Aguirre hablaba envolviendo sus frases en el levísimo tono de despego que distingue al punto, en México, a los hombres públicos de significación propia. A ese matiz reducía, cuando no mandaba, su autoridad inconfundible. Axkaná, al revés: dejaba que las palabras fluyeran, esbozaba teorías, entraba en generalizaciones y todo lo subrayaba con actitudes que a un tiempo lo subordinaban ysobreponían a su interlocutor, que le quitaban importancia de protagonista y se le daban de consejero. Aguirre era el político militar; Axkaná, el político civil; uno, quien actuaba en las horas decisivas de las contiendas públicas; otro, quien creía encauzar los sucesos de esas horas o, al menos, explicarlos.
Por momentos, el estrépito de los tranvías– fugaces en su carrera a lo largo de lacalzada – resonaba en el interior del coche. Entonces los dos amigos, forzando la voz, dejaban traslucir nuevos matices de sus personalidades distintas. En Aguirre se manifestaban asombros de fatiga, de impaciencia. En Axkaná apuntaba una rara maestría de palabra y de gesto, sin menoscabo de su aire reflexivo, lleno de reposo.
Ambos redujeron a conclusiones breves el tema de su charla.
DijoAguirre:
Quedamos entonces en que tú convencerás a Oliver de que no puedo aceptar mi candidatura a la Presidencia de la República…
Por supuesto.
Y que él y todos deben sostener a Jiménez, que es el candidato del Caudillo…
También
Axkaná tendió la mano. Aguirre insistió:
¿Con los mismos argumentos que acabas de exponerme?
Con los mismos.
Las manos se juntaron.
¿Seguro?
Seguro
Hasta la nocheentonces.
Hasta la noche.
Y Axkaná brincó fuera del auto con ágil movimiento.
En el esplendor envolvente de la tarde, su figura, rubia y esbelta, surgió espléndida. De un lado lo bañaba el sol; por el otro su cuerpo se reflejaba a capricho en el flamante barniz del automóvil. La blancura de su rostro lucía con calidez sobre el azul oscuro del traje; sus ojos, verdes, parecían prolongar la luz que bajabadesde las ramas de los árboles. Había en la leve inclinación de su sombrero sobre la ceja derecha remotas evoluciones marciales, algo militar heredado; pero, en contraste, resaltaba, en el modo como la pistola le hacía bulto en la cadera, algo indiscutiblemente civil.
Vuelto de cara al coche, dio un paso atrás para que el ayudante del chofer cerrase la portezuela. Luego se acercó otra vez abrió denuevo y, asomando la cabeza al interior, dijo:
Vuelvo a recordarte mis recomendaciones de esta mañana.
¿De esta mañana?
¡Vamos! No finjas.
¡Ah, ya! Lo de Rosario.
Sí, lo de Rosario… Me da lástima.
Pero lástima ¿por qué? ¡Parece niño!
Porque no tiene defensa alguna, porque vas a echarla al lodo.
¡Hombre, yo no soy lodo!
Tú no, se entiende, pero el lodo vendrá después.
Aguirre reflexionó unsegundo. Dijo en seguida:
Mira, te prometo una cosa: yo no pondré nada de mi parte para conseguir lo que sospechas. Ahora, si el “asunto” viene solo, me lavo las manos.
El “asunto” no vendrá solo.
Muy bien. Basta entonces con mi promesa.
No lo creo.
Sí, hombre, sí. En este caso te lo prometo de veras.
De veras, ¿cómo?
De veras…, bajo mi palabra de honor.
“Honor.” Los dos amigos callaron un instante y...
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