la sombra del viento

Páginas: 644 (160828 palabras) Publicado: 9 de julio de 2013
Carlos Ruiz Zafón

La sombra del viento
EL CEMENTERIO DE LOS LIBROS OLVIDADOS
Todavía recuerdo aquel amanecer en que mi padre me llevó por primera
vez a visitar el Cementerio de los Libros Olvidados. Desgranaban los primeros
días del verano de 1945 y caminábamos por las calles de una Barcelona atrapada
bajo cielos de ceniza y un sol de vapor que se derramaba sobre la Rambla de
SantaMónica en una guirnalda de cobre líquido.
—Daniel, lo que vas a ver hoy no se lo puedes contar a nadie —advirtió mi
padre—. Ni a tu amigo Tomás. A nadie.
—¿Ni siquiera a mamá? —inquirí yo, a media voz.
Mi padre suspiró, amparado en aquella sonrisa triste que le perseguía
como una sombra por la vida.
—Claro que sí —respondió cabizbajo—. Con ella no tenemos secretos. A
ella puedes contárselo todo.Poco después de la guerra civil, un brote de cólera se había llevado a mi
madre. La enterramos en Montjuïc el día de mi cuarto cumpleaños. Sólo recuerdo
que llovió todo el día y toda la noche, y que cuando le pregunté a mi padre si el
cielo lloraba le faltó la voz para responderme. Seis años después, la ausencia de
mi madre era para mí todavía un espejismo, un silencio a gritos que aún nohabía
aprendido a acallar con palabras. Mi padre y yo vivíamos en un pequeño piso de
la calle Santa Ana, junto a la plaza de la iglesia. El piso estaba situado justo
encima de la librería especializada en ediciones de coleccionista y libros
usados heredada de mi abuelo, un bazar encantado que mi padre confiaba en
que algún día pasaría a mis manos. Me crié entre libros, haciendo amigos
invisiblesen páginas que se deshacían en polvo y cuyo olor aún conservo en
las manos. De niño aprendí a conciliar el sueño mientras le explicaba a mi
madre en la penumbra de mi habitación las incidencias de la jornada, mis
andanzas en el colegio, lo que había aprendido aquel día... No podía oír su
voz o sentir su tacto, pero su luz y su calor ardían en cada rincón de aquella
casa y yo, con la fe delos que todavía pueden contar sus años con los dedos
de las manos, creía que si cerraba los ojos y le hablaba, ella podría oírme
desde donde estuviese. A veces, mi padre me escuchaba desde el comedor y
lloraba a escondidas.
Recuerdo que aquel alba de junio me desperté gritando. El corazón me
batía en el pecho como si el alma quisiera abrirse camino y echar a correr
escaleras abajo. Mi padreacudió azorado a mi habitación y me sostuvo en
sus brazos, intentando calmarme.
—No puedo acordarme de su cara. No puedo acordarme de la cara de
mamá —murmuré sin aliento.
Mi padre me abrazó con fuerza.
—No te preocupes, Daniel. Yo me acordaré por los dos.
Nos miramos en la penumbra, buscando palabras que no existían.
Aquélla fue la primera vez en que me di cuenta de que mi padre envejecía y Carlos Ruiz Zafón

La sombra del viento

de que sus ojos, ojos de niebla y de pérdida, siempre miraban atrás. Se incorporó y descorrió las cortinas para dejar entrar la tibia luz del alba.
—Anda, Daniel, vístete. Quiero enseñarte algo —dijo.
—¿Ahora? ¿A las cinco de la mañana?
—Hay cosas que sólo pueden verse entre tinieblas —insinuó mi padre
blandiendo una sonrisa enigmática queprobablemente había tomado
prestada de algún tomo de Alejandro Dumas.
Las calles aún languidecían entre neblinas y serenos cuando salimos al
portal Las farolas de las Ramblas dibujaban una avenida de vapor,
parpadeando al tiempo que la ciudad se desperezaba y se desprendía de su
disfraz de acuarela. Al llegar a la calle Arco del Teatro nos aventuramos
camino del Raval bajo la arcada que prometíauna bóveda de bruma azul.
Seguí a mi padre a través de aquel camino angosto, más cicatriz que calle,
hasta que el reluz de la Rambla se perdió a nuestras espaldas. La claridad
del amanecer se filtraba desde balcones y cornisas en soplos de luz sesgada
que no llegaban a rozar el suelo. Finalmente, mi padre se detuvo frente a un
portón de madera labrada ennegrecido por el tiempo y la...
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