la sombra del viento

Páginas: 633 (158236 palabras) Publicado: 17 de noviembre de 2013
Carlos Ruiz Zafón

La sombra del viento

EL CEMENTERIO DE LOS LIBROS OLVIDADOS
Todavía recuerdo aquel amanecer en que mi padre me llevó por primera vez
a visitar el Cementerio de los Libros Olvidados. Desgranaban los primeros días del
verano de 1945 y caminábamos por las calles de una Barcelona atrapada bajo
cielos de ceniza y un sol de vapor que se derramaba sobre la Rambla de SantaMónica en una guirnalda de cobre líquido.
—Daniel, lo que vas a ver hoy no se lo puedes contar a nadie —advirtió mi
padre—. Ni a tu amigo Tomás. A nadie.
—¿Ni siquiera a mamá? —inquirí yo, a media voz.
Mi padre suspiró, amparado en aquella sonrisa triste que le perseguía como
una sombra por la vida.
—Claro que sí —respondió cabizbajo—. Con ella no tenemos secretos. A ella
puedes contárselotodo.
Poco después de la guerra civil, un brote de cólera se había llevado a mi
madre. La enterramos en Montjuïc el día de mi cuarto cumpleaños. Sólo recuerdo
que llovió todo el día y toda la noche, y que cuando le pregunté a mi padre si el cielo
lloraba le faltó la voz para responderme. Seis años después, la ausencia de mi
madre era para mí todavía un espejismo, un silencio a gritos que aún nohabía
aprendido a acallar con palabras. Mi padre y yo vivíamos en un pequeño piso de la
calle Santa Ana, junto a la plaza de la iglesia. El piso estaba situado justo encima
de la librería especializada en ediciones de coleccionista y libros usados
heredada de mi abuelo, un bazar encantado que mi padre confiaba en que
algún día pasaría a mis manos. Me crié entre libros, haciendo amigosinvisibles
en páginas que se deshacían en polvo y cuyo olor aún conservo en las manos.
De niño aprendí a conciliar el sueño mientras le explicaba a mi madre en la
penumbra de mi habitación las incidencias de la jornada, mis andanzas en el
colegio, lo que había aprendido aquel día... No podía oír su voz o sentir su
tacto, pero su luz y su calor ardían en cada rincón de aquella casa y yo, con la
fede los que todavía pueden contar sus años con los dedos de las manos,
creía que si cerraba los ojos y le hablaba, ella podría oírme desde donde
estuviese. A veces, mi padre me escuchaba desde el comedor y lloraba a
escondidas.
Recuerdo que aquel alba de junio me desperté gritando. El corazón me
batía en el pecho como si el alma quisiera abrirse camino y echar a correr
escaleras abajo. Mipadre acudió azorado a mi habitación y me sostuvo en sus
brazos, intentando calmarme.
—No puedo acordarme de su cara. No puedo acordarme de la cara de
mamá —murmuré sin aliento.
Mi padre me abrazó con fuerza.
—No te preocupes, Daniel. Yo me acordaré por los dos.
Nos miramos en la penumbra, buscando palabras que no existían.
Aquélla fue la primera vez en que me di cuenta de que mi padreenvejecía y de
que sus ojos, ojos de niebla y de pérdida, siempre miraban atrás. Se incorporó y
descorrió las cortinas para dejar entrar la tibia luz del alba.
—Anda, Daniel, vístete. Quiero enseñarte algo —dijo.
—¿Ahora? ¿A las cinco de la mañana?
—Hay cosas que sólo pueden verse entre tinieblas —insinuó mi padre
blandiendo una sonrisa enigmática que probablemente había tomado prestada
de algúntomo de Alejandro Dumas.

2

Las calles aún languidecían entre neblinas y serenos cuando salimos al
portal Las farolas de las Ramblas dibujaban una avenida de vapor,
parpadeando al tiempo que la ciudad se desperezaba y se desprendía de su
disfraz de acuarela. Al llegar a la calle Arco del Teatro nos aventuramos camino
del Raval bajo la arcada que prometía una bóveda de bruma azul. Seguí a mipadre a través de aquel camino angosto, más cicatriz que calle, hasta que el
reluz de la Rambla se perdió a nuestras espaldas. La claridad del amanecer se
filtraba desde balcones y cornisas en soplos de luz sesgada que no llegaban a
rozar el suelo. Finalmente, mi padre se detuvo frente a un portón de madera
labrada ennegrecido por el tiempo y la humedad. Frente a nosotros se alzaba lo...
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