La Templanza Maria Due As 2

Páginas: 643 (160609 palabras) Publicado: 14 de junio de 2015
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Índice
I. Ciudad de México
II. La Habana
III. Jerez

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A mi padre, Pablo Dueñas Samper,
que sabe de minas y gusta de vinos

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I CIUDAD DE MEXICO

¿Qué pasa por la cabeza y por el cuerpo de un
hombre acostumbrado a triunfar, cuando una
tarde de septiembre le confirman el peor de sus
temores?
Ni un gesto fuera de tono, ni un exabrupto. Tan
sólo, fugaz e imperceptible, unestremecimiento
le recorrió el espinazo y le subió a las sienes y
le bajó hasta las uñas de los pies. Nada pareció
variar sin embargo en su postura al constatar lo
que ya anticipaba. Impertérrito, así permaneció.
Con una mano apoyada sobre el nogal recio del
escritorio y las pupilas clavadas en las
portadoras de la noticia: en sus rostros
demacrados por el cansancio, en sus
vestimentas de luto desolador.—Terminen su chocolate, señoras. Siento
haberles causado este contratiempo, les
agradezco la consideración de venir a
informarme en persona.
Como si fuera una orden, las norteamericanas
acataron el mandato en cuanto el intérprete les
tradujo una a una las palabras. La legación de
su país les había facilitado aquel intermediario,
un puente para que las dos mujeres llenas de

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fatiga, malas nuevas eignorancia de la lengua
lograran hacerse entender y cumplir así el
objetivo de su viaje.
Ambas se llevaron las tazas a la boca sin ganas
ni gusto. Lo hicieron por respeto, seguramente.
Por no contrariarle. Los bizcochos de las
monjas de San Bernardo, en cambio, no los
tocaron, y él no insistió. Mientras las mujeres
sorbían el líquido espeso con mal disimulada
incomodidad, un silencio que no era deltodo
silencio se
instaló en la sala como un reptil: resbalando
por el suelo de tablas barnizadas y por el
entelado que cubría las paredes; deslizándose
sobre los muebles de factura europea y entre
los óleos de paisajes y bodegones.
El intérprete, apenas un veinteañero imberbe,
permanecía desconcertado con las manos
sudorosas entrelazadas a la altura de sus
partes pudendas, pensando para sus adentrosqué diablos hago yo aquí. Por el aire,
entretanto, planeaban mil sonidos. Del patio
subía el eco del trajín de los criados mientras
regaban las losas con agua de laurel. De la
calle, a través de las rejas de forja, llegaba el
repiqueteo de cascos de mulos y caballos, los
lamentos de los léperos suplicando una
limosna y el grito del vendedor esquinero que

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pregonaba
machacón
su
mercancía.Empanadas de manjar, tortillas de cuajada, ate
de guayaba, dulces de maíz.
Las señoras se rozaron los labios con las
servilletas de holanda recién planchadas,
sonaron las cinco y media. Y después no
supieron qué hacer.

El dueño de la casa rompió entonces la tensión.
—Permítanme que les ofrezca mi hospitalidad
para pasar la noche antes de emprender el
regreso.
—Muchas gracias, señor —respondieron casial
unísono—. Pero tenemos ya un cuarto
reservado en una fonda que nos han
recomendado en la embajada.
—¡Santos!
Aunque ellas no eran las destinatarias del
bronco vozarrón, las dos se estremecieron.
—Que Laureano acompañe a estas señoras a
recoger su equipaje y las traslade después al
hotel de Iturbide, que anoten sus gastos a mi
cuenta. Y luego te andas en busca de Andrade,
le arrancas de lapartida de dominó y le dices
que venga sin demora.
El criado de piel de bronce recibió las
instrucciones con un simple a la orden, patrón.

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Como si desde el otro lado de la puerta, con el
oído bien pegado a la madera, no se hubiera
enterado de que el destino de Mauro Larrea,
hasta entonces acaudalado minero de la plata,
se acababa de truncar.
Las mujeres se levantaron de las butacas y sus
faldascrujieron al ahuecarse como las alas de
un cuervo siniestro. Tras el criado, ellas fueron
las primeras en abandonar la sala y salir a la
fresca galería. La que dijo ser la hermana
avanzó delante. La que dijo ser la viuda, detrás.
A su espalda dejaron los pliegos de papel que
habían traído consigo: los que ratificaban,
negro sobre blanco, la veracidad de una
premonición. Por último se dispuso a...
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