La tona - Francisco Rojas

Páginas: 10 (2337 palabras) Publicado: 21 de mayo de 2013
La tona – Francisco Rojas González
CRISANTA descendía por la vereda que culebreaba entre los peñascos de la loma clavada entre la aldehuela y el rio, de aquel rio bronco al que tributaban los torrentes que, abriéndose paso entre jarales y yerbajos, se precipitaban arrastrando tras si costras de roble hurtadas al monte. Tendido en la hondonada, Tapijulapa, el pueblo de indios pastores. Lastorrecillas de la capilla, patinadas de fervores y lamosas de años, perforaban la nube aprisionada entre los brazos de la cruz de hierro.
Crisanta, India joven, casi niña, bajaba por el sendero; el aire de la media tarde calosfriaba su cuerpo encorvado al peso de un tercio de lefia; la cabezagacha y sobre la frente un manojo de cabellos empapados de sudor. Sus pies —garras a ratos, pezuñas pormomentos— resbalaban sobre las lajas, sehundían en los líquenes o se asentaban como extremidades de plantígrado en las planadas del senderillo… Los muslos de la hembra, negros y macizos,asomaban por entre los harapos de la enagua de algodón, que alzaba por delante hasta arriba de las rodillas, porque el vientre estaba urgido de preñez.. La marcha se hacía más penosa a cada paso; la muchachadeteníase por instantes a tomar alientos; mas luego, sin levantar la cara, reanudaba el camino con ímpetus de bestia que embistiera al fantasma del aire.
Pero hubo un momento en que las piernas se negaron al impulso, vacilaron. Crisanta alzo por primera vez la cabeza e hizo vagar los ojos en la extensión.
En el rostro de la mujercita zoque cayó un velo de angustia; sus labios temblaron y las aletas desu nariz latieron, tal si olfatearan. Con pasos inseguros la india buscó las riberas; diríase llevada por su instinto, mejor que inspirada por un pensamiento. El rio estaba cerca, a no más de veinte pasos de la vereda. Cuando estuvo en las márgenes, desató el “mecapal”anudado a su frente y con apremios depositó en el suelo su fardo de leña; luego, como lo hacen todas las zoques, todas:

Laabuela,
la madre,
la hermana,
la enemiga,
remangó hasta arriba de la cintura su faldita andrajosa, para sentarse en cuclillas, con las piernas abiertas y las manos crispadas sobre las rodillas amoratadas y ásperas. Entonces se esforzó al lancetazo del dolor. Respiró profunda, irregularmente, tal si todas las dolencias hubieransele anidado en la garganta. Después hizo de sus manos, de aquellasmanos duras, agrietadas y rugosas de fatigas, utensilios de consueto, cuando las paso por el excesivo vientre ahora convulso y acalambrado. Los ojos escurrían lágrimas que brotaban de las escleróticas congestionadas. Pero todo esfuerzo fue vano. Llevó  después sus dedos, únicos instrumentos de alivio, hasta la entrepiernaardorosa, tumefacta y de ahí los separó por inútiles… Luego los encajo en latierra con fiereza y así los mantuvo, pujando rabia y desesperación… Depronto la sed se hizo otra tortura… y allí  fue, arrastrándose  como coyota, hasta llegar al rio: tendiose sobre la arena, intento beber, pero la nausea se opuso cuantas veces quiso pasar un trago; entonces mugió su desesperación y rodó en la arena entre convulsiones. Así la halló Simón su marido.
Cuando  el mozo llego hasta suCrisanta, ella lo recibió con palabras duras en lengua zoque; pero Simón se había hecho sordo. Con delicadeza la levanto en brazos para conducirla a su choza, aquel jacal pajizo, incrustado en la falda de la loma. El hombrecito depositó en el petate la carga trémula de dos vidas y fue en busca de Altagracia, la comadrona vieja que moría de hambre en aquel pueblo en donde las mujeres se lasarreglaban solas, a orillas del rio, sin más ayuda que sus manos, su esfuerzo y sus gemidos.
Altagracia vino al jacal seguida de Simón. La vieja encendió un manojo de ocote que dejo arder sobre una olla; en seguida, con ademanes complicados y posturas misteriosas, se arrodilló sobre la tierra apisonada, rezó un credo at revés, empezando por el “amen” para concluir en el “…padre, Dios en creo”;...
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