LA TRATA

LA TRATA
Llevaba 3 años trabajando en Buenavista Cuetzpalapan. Llevaba tres años lejos de mi familia, de mi madre. Hacía tres años que Antonio, el amor de mi vida, me había dejado porque decía que nuestro amor era un amor de lejos. Hacía tres años que solicitaba mi cambio para poder volver a Xicotepec, mi querido rancho, y hacía tres años que me lo venían negando. Tenía tres años viajandocada quince días, caminando 20 kilómetros y viajando a 10 km. por hora para llegar a Tehuacán. Tenía tres años embarrando mi sueldo en las carreteras, para poder ir a visitar a mi madre, a mi hermana, para poder preguntar si sabían algo de mi hermano, que salió de la casa al mismo tiempo que yo, a buscar su vida. Tres años hacía que veía yo a los indígenas de aquellos pueblos caminar descalzos,vestidos sólo con manta y ateridos de frío, de aquellos fríos glaciales que impactaban a la Sierra Negra, esos fríos de las masas polares que venían del norte y que hacía tres años que era lo único que no extrañaba de Xicotepec: las heladas de invierno. Hacía tres años que inútilmente trataba de nivelar a mi grupo, un multigrado de primaria, grupo que tenía décadas de atraso en supercepción del mundo, y que ni en tres años más terminaría de actualizar al Siglo XX. Hacía tres años que había aprendido a comer los xilotes tiernos con frijoles aún en vaina, que había engordado más de tres kilos cenando galletas de animalito con muchas tazas de café. Hacía tres años que regresaba de Xicotepec cargada de medicinas que la gente me encargaba, y que conseguía en los dispensarios demi pueblo, de la Iglesia y de los ricos. En mi pueblo hay muchos ricos, y es muy fácil desprenderse de lo nos sobra. En fin, hacía tres años que era yo maestra rural. Mucho tuve que cuidar mi figura y comportamiento para hacerme respetar.
Una escopeta cargada detrás de la puerta, como dicen que deben ser las esposas de los ranchos, me cuidaba siempre, y procuré en todo momento de la amistad delas matronas, solteronas y damas casaderas y/o quedadas de lo mejor de la sociedad de un pueblo que tenía 800 habitantes. Doña Gregoria, la religiosa del pueblo a falta de Sacerdote, era la guía espiritual del lugar y mi amistad más respetable, a la que le llevaba todo el tiempo hilos para bordar los manteles y cubiertas del Santísimo. A Doña Remedios, tenía que conseguirle lo más posible,vitaminas para hacerle más llevadero el cáncer que la aquejaba, y que nunca supe de qué era. A Isabelita, la hija de Don Pedro, el de la tienda más grande del pueblo, tenía que llevarle cada mes sus toallitas, y había que ver lo alegre que se ponía la muchacha, y la importancia que daba a cosas tan serias. Don Eloy me agradecía sin fin las especias que le conseguía en mi pueblo, y que eran conmucho, mucho más baratas que en Huautla. Mi misión de enseñanza había cambiado y me había trasformado en un Marco Polo que cada quince días traía a esa aldea las pocas cosas que cabían en mi mochila de escuela, que era mi maleta de viaje, y a la que le cabían más trebejos que al trineo de Santa Clos. poco a poco me gané un puesto en ese pueblo. No sólo era la maestra: era la enfermera, puesentre mis ociosidades, había aprendido a inyectar, y lo mismo inyectaba bebés, que vacunaba caballos y cerdos. Mi amistad con la religiosa me llenó de luminosidad, pues no sólo cantaba salmos y podía llevar el rosario como mi abuela me había enseñado a rezarlo, sino que empecé a llenar de santos, cromos enmarcados que me costaban 600 devaluados pesos, una iglesia vacía de fieles que, cuando vió alos santos, empezó a dejar limosnas, pequeñas, miserables, pero ayuda al fin. A las fiestas del pueblo contribuí con el aparato de sonido, haciéndolo funcionar con un acumulador, un viejo truco que aprendí de unos maestros de misiones culturales, cuando acompañaba a mi madre a sus festivales. Fui madrina de varios niños, de libro, de salida de sexto, de primera comunión , de bautizo. En una...