la verdad
La política peruana suele enredarse permanentemente en la misma recatafila de dilemas morales. Como síntoma de nuestro cáncer colonial incurado, tenemos, en principio, unadoble versión de los valores que miden por conveniencia al autor del delito según sea o no parte de nuestra propia argolla. Todo sería así de fácil si no estuviéramos en Perú-Neverland (no Nebraska),aquí la argolla va mucho más allá de lo que el sentido común podría suponer, es decir, en el cosmos nacional hay epiciclos ptolemaicos más complejos que los que cualquiera, matemático o brujo, podríadescifrar sin contar con el hígado del más dotado de los cínicos.
Ese mes que pasó hemos estado llenos de “episodios” que podrían abastecer de anécdotas a centenares de tertulias rajonas eimproductivas a las que estamos acostumbrados aquellos que con habilidad hemos convencido al pueblo de que deben pagar por los frutos de nuestro agudo criterio; sin embargo, y porque me queda alguito de decenciaquisiera analizar tan solo un par de ellos. Uno tan serio que de antemano me disculpo por la poca monta de mi humor SoHo Style, ya que de vez en cuando hay que arriesgarse a que el editor no nossaque la columna porque pensar es sexy pero nunca tanto y el otro, tremendamente cómico aunque me dejó el mal sabor de una tristeza oculta de esas que se dibujan en un payas salsero que ríe para nollorar.
En primer lugar, una sola palabra: VENEZUELA (aunque me veo tentado a hablar más bien de Venezuela desde el Perú). Para la noche de Getsemaní en la que voy escribiendo esta columna, llevamosvarios días ante el macabro espectáculo de la muerte, y digo espectáculo porque somos básicamente espectadores, muchos honestamente atentos a las noticias y empáticos con la tragedia de nuestro pueblohermano, pero mayormente no más que eso. Cientos de columnas en decenas de medios masivos de comunicación dan a conocer la mierda del absolutismo pero parecen no ser suficiente ni para que el gobierno...
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