La vida
- Si vuelvo… -contesta César.
- Qué… ¿no vas a volver? –le pregunta Evelina con curiosidad yuna súbita e inexplicable pena.
- No sé –responde César sinceramente, sin ánimo de ocultarle información-. Tal vez no. ¿Cómo dijiste que te llamabas?
- Evelina me llamo –responde la muchacha y apurael paso para alejarse de él.
- ¿Y adónde vas tan apurada, Evelina? –le pregunta César con intención de molestarla un poco.
- No estoy apurada, es que está chilcheando ¿no ves? -se justifica secándoseunas gotitas de lluvia que le corren por las mejillas.
- Sí, es cierto -dice César mirando hacia el cielo-. ¿Adónde vas? ¿Puedo acompañarte?
- A su casa de mis padres me estoy yendo, César-respondió-. Y no necesito compañía. Hasta otro día, si vuelves –le dice terminante, y sigue caminando dejándolo a César parado a la entrada de una callecita sin salida junto a un alambrado oxidado cubiertode campanillas azules.
A partir de ese día nunca dejaron de verse. De tanto en tanto, Evelina levantaba la mirada y se distraía un segundo de su venta de tortillas para vigilar la llegada de César,que tarde tras tarde volvía para embaucar la inocencia de los hombres del pueblo dando vueltas y vueltas los vasitos plateados. Solía llegar con paso lento y sólo después de instalar el caballete yextender con parsimonia la tela con el que lo cubría, la buscaba desde lejos para saludarla con una amplia sonrisa que le destacaba unos dientes muy blancos y parejos. Pero para que no se le notara elinterés, Evelina se cuidaba bien de levantar apenas la barbilla a modo de respuesta desde el otro extremo de la plaza y nunca le retribuía el gesto amistoso, pero por dentro era todo alegría.Transcurrida una semana de ese rito y ya siendo casi mediodía, ocurrió que César no llegó a la plaza. Evelina lo había estado buscando desde temprano con la mirada pero sin encontrarlo. Ni rastros de la mesita...
Regístrate para leer el documento completo.