La vivienda
LA VIVIENDA
Nuestros levantados y orgullosos rascacielos, nuestros colmenares de ventanas con flores –setenta balcones y ninguna flor- se yerguen hoy no muy lejos de donde estuvieron, cuatrocientos años hace, los ranchos de don Pedro de Mendoza.
Techos de paja, paredes de barro. Nada. Temblorosa vivienda primeriza con salvaje facha aindiada, sin nada de piedra, que estaba muy lejos ydificultosa, expuesta a la sudestada furibunda, al pampero traidor, al agua inclemente, al fuego. Apenas refugio de aventura, casi caverna de edades fabulosas.
Y ranchos, detalle más, detalle menos, fueron las casas de este puerto de la Santísima Trinidad durante muchísimos años, aun después de fundada por Garay con todas las ceremonias de rigor.
Hay algo muy nuestro en todo esto. La casa esparadigma de un sentido social: expresión gráfica, geográfica, diría yo, de un concepto, de un quehacer vital. Hija del campo, campo mismo, fue esta Buenos Aires, apenas cabecera de una pampa que era su destino y su riqueza; su fuente viva de sustentación y de historia. Tierra de horizonte lejano, infinito, ganados innúmeros y movedizos, que invitan al ensueño, que invitan a la quietud sin ambiciones oal nomadismo si reposo. Todo eso, toda esa psicología, este sentir, fue el rancho fundador, el rancho de siglos: asiento precario porque las ansias llevan a una transformación permanente o posada temporal en el mundo para estarse quedo en tierra donde todo está lejos, inalcanzable, remoto como una fantasía inaccesible.
Ranchos de pastores bíblicos o refugios de anacoretas impertérritos. No tieneel porteño de ayer, de hoy, de siempre algo de todo esto? Sólo muy tarde –es difícil decir si para bien o para mal- aprendimos a pensar, a creer en la solidez de las cosas mundanas, pero, entonces, ya nos habían llegado noticias de la política económica, del racionalismo, de la buena vida.
Así es una casa porteña a mediados del siglo XVII: están construidas de barro, porque hay poca piedra entodos estos países hasta llegar al Perú; están techadas con cañas y paja y no tienen altos; todas las piezas son de un solo piso y muy espaciosas; tienen grandes patios y detrás de las casas grandes huertas llenas de naranjos, limoneros, higueras, manzanos, perales y otros árboles de fruta, con legumbres en abundancia como: coles, cebollas, ajos, lechuga, arvejas y habas.
Casa de campo ni más nimenos; en un mismo solar, inmenso, agrario, vivienda y chacra, habitación para muchos y recursos de plantío; economía casera, patriarcal, a la mano.
Los años pasan en vano. Reconforta con una especie de beatitud retrospectiva, en esta hora agobiante de la velocidad mecánica, aquella cauta y ceremoniosa lentitud de los tiempos viejos. En 1729, un jesuita alemán, Matías Stroebel, consignaba asíalgunas de sus impresiones sobre Buenos Aires: sólo (la hermosa Catedral) está construida con cal y ladrillos, y cubierta con tejas; todos los otros edificios están construídos de enramadas y barro, al estilo de nidos de golondrinas, agregaba con poético rumor de nostalgia migratoria, para concluir sin dejar lugar a dudas: en toda la ciudad no se ve ningún edificio que merezca atención, si seexceptúa el del consulado inglés.
Es, por entonces, cuando surge nuestra casa colonial. La del típico estilo indiano, mitad vestigios del Renacimiento español con mucho de solar campesino, y de las que aún sobrenadan reliquias por las viejas calles del barrio de San Telmo.
Ancho frente sobre el que asoma, como una pestaña, el alero de teja, esa teja que forma arco coqueto sobre las dos ventanaspanzonas de ancha base y reja labrada – cuando el señor era de campanillas- guardianas de la puerta maciza; las había de robusto algarrobo con labrados de talla, de verdes postigos y tal cual maceta de geranios o quién sabe si no su guirnalda blanca de jazmines criollos. El enlozado zaguán con dos entradas laterales, como en el teatro: una de ellas al escritorio o bufete del amo; la otra, casi...
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