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Recuerdo que tenía solo unos días de sacerdote recién ordenado y era mi turno para celebrar la misa matutina en mi nueva parroquia. Uno va lleno de ilusión, pero también cierto temor, porque tomatiempo acostumbrarse a no ser el que se sienta en el banco siguiendo las oraciones, sino que ahora tienes que ser líder espiritual y guía de toda una congregación. Después de una de esas primeraseucaristías, se me acercó una señora que me puso un dedo en la cara y con un tono de voz acusador y firme me dijo: “Padre Alberto, yo perdono, pero nunca olvido…” Estaba molesta porque se me había olvidadomencionar en voz alta el nombre de su esposo difunto, por quien se ofrecía ese servicio. Quizás por ser tan nuevo y por los nervios se me había olvidado que tenía que mencionarlo en voz alta. En elproceso de pedirle disculpas, la señora dio una vuelta brusca y me dejó con la palabra en la boca.
Creo que todos hemos experimentado episodios de perdón y de falta de perdón. Quizás no hay nada quenos afecte más como seres humanos y a nivel emocional que el ser perdonados y el aprender a perdonar. Muy a menudo permitimos que nuestras emociones dicten nuestra disposición al perdón, pero realmente,aprender a perdonar debe ser un acto de amor y de nuestra voluntad; no es algo que tenemos que necesariamente sentir. Las emociones, aunque muy importantes, nos pueden engañar. Y si no perdonamos concierta rapidez, todos esos sentimientos negativos se pueden convertir en resentimientos intensos y dañinos que nos permiten ser felices.
Casi a diario recibo correspondencia de todas partes delmundo. Uno de los problemas familiares más comunes son la cantidad de personas adultas que sufren muchísimo por estar alejados de sus hermanos, hijos, nietos y demás familiares, por un conflicto que nuncase resolvió y que quizás comenzó como algo que no era tan grande, pero resultó en que quedaron lastimados y distanciados quienes realmente debían quererse. He visto como el dolor que expresan estas...